La presión del curso y las ganas de viajar tenÃan que salir por algún lado, asà que, aunque tenÃa mis dudas sobre si era o no el momento adecuado para hacer un viaje, al final, en un abrir y cerrar de ojos, me encontré subida a un avión con destinación Basilea. Una vez pasamos por el hotel y dejamos el equipaje, decidimos salir a investigar un poco por el centro de la ciudad.
Llegamos un domingo a primera hora de la mañana y lo que más me llamó la atención es que los domingos en Basilea no hay mucho que hacer: prácticamente todo está cerrado. La rutina de domingo se centra más en quedarse en casa o salir tranquilamente a dar un paseo que en salir de compras o quedar a comer en cualquier restaurante. Esto, junto con los horarios de comida que tienen los suizos, nos supuso algún que otro quebradero de cabeza, pero ya os hablaré de ello más adelante.
Una de nuestras prioridades a la hora de escoger alojamiento fue la tarjeta de transporte: en Basilea, muchos de los hoteles más céntricos ofrecen una tarjeta de transporte gratuita para moverse por toda la ciudad durante la estancia en el hotel, que sirve tanto para autobús como para tranvÃa. Además, la ciudad goza de buena comunicación entre todas las diferentes lÃneas de transporte público, por lo que las facilidades para desplazarse por Basilea son inmensas.
La primera impresión de la ciudad fue, relacionado con lo que he dicho anteriormente, la atmósfera tranquila que se disfrutaba en sus calles. Nos encontramos con algunos grupos de turistas y unos pocos locales paseando y disfrutando del dÃa festivo, pero poco más. Asà que pudimos pasear por el centro prácticamente a nuestras anchas.
La cosa se complicó un poco más al buscar un restaurante para comer. Al haber cogido un vuelo a primera hora de la mañana, no querÃamos comer muy tarde —y, además, nos hacÃamos una idea de los horarios de comida tÃpicos de Europa Central—. Sin embargo, buscar un lugar en donde comer nos llevó más tiempo de lo esperado, pues la mayorÃa de restaurantes y establecimientos del centro estaban cerrados por ser domingo. Además, necesitábamos dar con una opción que se ajustara a nuestro presupuesto, aunque ya Ãbamos mentalizados de la diferencia de precios con respecto a España. Al final, casi a las dos de la tarde y en un intento desesperado por comer, entramos en una cafeterÃa cercana al hotel, donde el camarero nos dijo que lo único que podÃa ofrecernos a esas horas (para ellos intempestivas para comer) era una pizza, pues la cocina estaba cerrada. Dicho y hecho, en unos minutos, tenÃamos dos botellines de Cocacola y una pizza precongelada humeante delante de nosotros, que nos bastó para recobrar fuerzas y seguir disfrutando de las horas de turismo que todavÃa tenÃamos por delante, ocupadas por largos paseos junto al Rin y por el centro de Basilea y una visita al jardÃn botánico de la ciudad incluida.