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Cómo aprender inglés (I)

Hace ya bastante tiempo que llevaba en mente darle un cambio de imagen al tipo de entradas que publico en el blog. Me encanta viajar y ni siquiera me planteo la idea de dejar de escribir los diarios de viaje que relato desde mis primeras entradas, pero sí que es verdad que echo de menos un espacio en el que escribir sobre otros temas. Al final, tras muchos quebraderos de cabeza entre abrir otro blog o no, he decidido compaginarlo todo en este; por lo que a partir de ahora encontraréis de vez en cuando alguna que otra entrada relacionada con los idiomas.
Dicho esto, hoy estoy decidida a hablar sobre cómo aprender inglés.

Hace ya varios años que estudio inglés. Comencé cuando estudiaba primaria en el colegio y, desde entonces, nunca lo he abandonado. Soy consciente de que a pesar de estar estudiándolo durante muchos años, todavía tengo cosas que aprender, pero sí que es verdad que mi nivel de inglés me permite relacionarme con nativos en un registro medio y con la fluidez suficiente como para mantener una conversación. Aún así, no me conformo solamente con eso y espero adquirir un nivel Proficiency en un futuro cercano. 

Aunque en un principio los libros de teoría y gramática con sus respectivos ejercicios son necesarios para iniciarse en un idioma, llega un momento en el que todo este material se convierte en una herramienta insuficiente para avanzar en el aprendizaje de un idioma. Es precisamente este punto el que considero el más peliagudo de todos porque se tiene un nivel de, en este caso, inglés que permite cierta autonomía al hablante pero, al mismo tiempo, se siguen cometiendo errores garrafales que hacen chirriar los oídos de los nativos. Y lo mismo ocurre con la expresión escrita.
Para evitarlo, tengo algunos "trucos" para ir mejorando poco a poco en inglés e ir repasando conceptos ya aprendidos. Hoy comienzo con el hábito de la lectura.


Leer 
Si algo he aprendido en estos años es que la lectura es un recursos imprescindible para aprender inglés. No solo por el placer de leer, sino también porque ayuda a afianzar conceptos y a darnos cuenta de que de verdad los hemos asimilado y aprendido. Leer en inglés ayuda a mejorar la ortografía y a ampliar el vocabulario.
Es cierto que nunca se deja de aprender vocabulario en un idioma, ya sea el propio o el extranjero, pero debemos esforzarnos por memorizar el mayor número de palabras posibles.
Existe un amplio abanico de libros publicados en inglés y, al tratarse de la lengua franca por excelencia en nuestros días, también se pueden encontrar muchísimos artículos, revistas y períodicos escritos en este idoma. En un principio, recomiendo leer aquello que haya sido escrito o traducido por un nativo inglés, para acostumbrarnos a la forma de expresarse propia de la lengua inglesa.
Una de las principales recomendaciones de mi profesor de inglés es leer al menos un artículo al día de un períodico de lengua inglesa. Hacerse con un períodico escrito en inglés es bastante sencillo hoy en día ya que disponemos de Internet. Algunos ejemplos son The Guardian y The Times.
La página web de The Guardian está bastante bien, ya que te permite escoger la edición que más te interese (UK, US o AU) por lo que es una buena opción para familiarizarte con el léxico del inglés propio de cada forma; aunque son solamente dos de los muchos períodicos que se pueden encontrar on-line.



Si el nivel de inglés todavía es bajo, recomiendo leer lecturas graduadas. El inconveniente de estos libros es que suelen ser lecturas para niños y presentar tramas sencillas, por lo que pueden no atraer nuestra atención. Aún así, son realmente útiles para aprender vocabulario y reforzar la gramática acorde a nuestro nivel de inglés. Además, muchas de estas lecturas graduadas incluyen un CD de audio, cosa que también ayuda a acostumbrar el oído a la pronunciación inglesa. En este caso, lo que yo suelo hacer primero es leer el libro y, una vez ya lo he terminado y he buscado las palabras que no sabía en el diccionario, escucho el CD siguiendo la lectura, de forma que me fijo en cómo pronuncian cada palabra y la entonación de la frase.

Otra opción, son las lecturas bilingües abreviadas y simplificadas. Suelen tener la versión inglesa en la página de la izquierda y la española en la página derecha, por lo que va bien ir comprobando a qué equivale en nuestro idioma aquella expresión inglesa que desconocemos.
De todas formas, siempre se puede recurrir a comprar la versión inglesa de uno de nuestros libros favoritos previamente leídos en español. Reconozco que a mí personalmente me gusta hacer esto para comparar cómo se las habrá ingeniado el traductor al traducir especialmente algunos de los términos o expresiones más difíciles del libro, pero son también una opción que puede venir muy bien para mejorar inglés ya que el conocer la historia y el contexto puede ayudar a averiguar muchas de las palabras que desconocemos.

La colección de Penguin Popular Classics es una opción a considerar si nuestro nivel de inglés se corresponde con un nivel medio-alto y estamos interesados en los clásicos de la literatura inglesa. Además, el precio de estos libritos suele ser bastante bajo a pesar de rondar las 200 páginas, por lo que son una opción muy recomendable. Aunque, en general, la mayoría de los libros de Penguin, ya sean de esta colección u otra, suelen venderse a precios razonables.

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Cuando leo libros en inglés, lo que suelo hacer es ir subrayando o anotando las palabras que desconozco y, cuando acabo de leer el capítulo, las busco en el diccionario. De esta forma, evito que la lectura se haga pesada.
Me encanta aprender idiomas, aunque no soy de ese tipo de personas que enseguida memorizan aquella palabra que acaban de buscar en el diccionario. Puede que esto sea un inconveniente, porque requiere un mayor esfuerzo, así que suelo apuntar las palabras que he buscado en una libreta o me hago un vocabulario de cada libro y voy memorizándolo poco a poco. No se trata de memorizar de la noche a la mañana todas y cada una de las palabras apuntadas, sino que es más bien una tarea diaria: hay que releerlas períodicamente.
 


Y creo que esto es todo por hoy. Espero que estos consejos con respecto al hábito de leer os ayuden a mejorar vuestro inglés tanto como me han ayudado a mí.

Diario de viaje: Guérande et ses marais salants. Países del Loira (parte 1) - Francia

La ciudad de Guérande fue otra de las ciudades que visité durante mi corta pero intensa semana en la región de Bretaña. En realidad, aunque esta ciudad perteneció antiguamente al ducado de Bretaña, actualmente se encuentra en la región de Países del Loira.

Guérande es conocida por sus salinas, famosas en toda Francia. Sin embargo, estas se encuentran a las afueras del municipio, por lo que primero visitamos el casco antiguo de la ciudad, que se encuentra rodeado de antiguas murallas de piedra.

La única visita cultural que hicimos aquí, además de ver la catedral y pasear por las calles del centro, fue visitar la fortificación. Las murallas tienen una longitud de 1300m y cuentan con cuatro puertas y seis torres. Pienso que es una visita obligada en Guérande porque, aunque lo mejor de la ciudad son sus calles adoquinadas y las tiendas de artesanías, las vistas desde la muralla son preciosas; y no es para menos: si Saint-Cado es una ciudad que ha inspirado los cuadros de un gran número de pintores, se puede decir lo mismo de Guérande en el ámbito de la literatura, ya que esta ciudad ha inspirado a escritores como Gustave Flaubert. 








 



Aún así, como ya he adelantado antes, las salinas de Guérande (o les marais salants en francés) es por lo que de verdad es conocida Guérande. Ya los antiguos romanos sacaban provecho de estas salinas gracias al comercio de la sal, por lo que la ciudad de Guérande recibe el sobrenombre de La tierra del oro blanco. En mi humilde opinión, estas marais salants son un bonito lugar para hacer una parada y sacar alguna foto, pero tampoco tiene nada que las diferencie de cualquier otra salina.




Diario de viaje: Saint-Cado, Bretaña (parte 9) - Francia

Entre unas cosas y otras, el mes de noviembre ya casi se ha ido y yo apenas he actualizado el blog. Por eso, antes de que el mes acabe y llegue el frío diciembre (y sí, espero que sea frío porque aquí en Valencia parece que estemos a principios de otoño todavía en cuanto al tiempo se refiere), vuelvo a retomar mi viaje por Bretaña. 
En la entrada de hoy, hablaré de Saint-Cado. Un pueblecito situado a unos kilómetros de la desembocadura de la ría de Etel. 

Lo primero que vi tras bajar del coche y caminar hacia la parte más céntrica de Saint-Cado fueron las aguas turbias y estancadas de la ría de Etel en verano; cosa que me desconcertó un poco y no sabía muy bien porqué la familia anfitriona se había tomado la molestia de conducir hasta allí para enseñarme el agua estancada de una ría.
Poco a poco, fui acostumbrándome a ese paisaje y me di cuenta de que aquellas ciénagas que se formaban varios metros desde la orilla por haber marea baja le daban a Saint-Cado un aspecto natural y único —e incluso me atrevería a decir que tampoco ha quedado tan mal en las fotos—.

De pronto, mi atención recayó en una modesta casita que se erguía en medio de un pequeño islote. En ese momento, Marie me explicó que era precisamente por esa casa por lo que era conocido Saint-Cado, ya que había sido (y todavía era) la protagonista de los cuadros de muchos pintores. El padre de Marie me dijo que cuando subía la marea, esa zona era de las más peligrosas de la ría de Etel, pues se formaban numerosas corrientes de agua y era muy difícil llegar hasta la casa con una barca tan endeble como la que estaba amarrada a un lado del islote.

Después de sacar un par de fotos, cruzamos el puente de Saint-Cado. Según la leyenda, este puente fue obra del demonio: la tradición cuenta que un monje del País de Gales se instaló en la isla de Saint-Cado durante los siglos VI-VII y que, para ayudar a sus fieles que tenían que recorrer varios metros en barca sorportando la fuerza de las corrientes de agua, intentó construir un puente que el agua derribó cuando subió la marea. Entonces, el diablo pactó ayudarle con la construcción del puente y que en su recompensa podría quedarse con el primer ser viviente que lo atravesara. Tras pensar quién podría ser el primero en cruzar el puente, Saint-Cado soltó un gato para que este fuese el primero en cruzar el río, así que el diablo tuvo que conformase con ello.

Finalmente, nos dirigimos hacia la iglesia romana que fundó el santo que da nombre al pueblecito, pero estaba cerrada y no pudimos visitarla por dentro. Además, justo en ese momento comenzó a llover, así que decidimos poner fin a nuestro recorrido por Bretaña por ese día y regresar a casa.







Diario de viaje: Auray, Bretaña (parte 8) - Francia


Auray es una de las ciudades típicas de la región que cumple con el perfil de la Bretagne historique y en la que tuvo lugar la batalla más importante de la Guerra de Sucesión Bretona.
Se trata de un lugar junto al Atlántico cuya ribera recibe el mismo nombre que la ciudad. Por ello, además de un precioso casco antiguo, cuenta con un puerto transitado por barcas y veleros. Aún así, lo mejor de todo es perderse por las calles empedradas con pendiente que recorren parte de la zona pesquera y que, por tanto, la mayoría de ellas van a parar al embarcadero. 
Las casas de esta zona de Auray son las mán antiguas de la ciudad y pertenecen a la ciudad alta medieval; todas ellas muestran el estilo arquitectónico tradicional de la época ya que están hechas de piedra y cuentan con entramados de madera, mientras que el tejado de muchas casas todavía conserva la famosa ardoise o pizarra como elemento principal.












Fue precisamente en una de estas calles en la que tanto la familia anfitriona como yo disfrutamos de un crêpe, aunque, también tengo que decir que, después de haber probado los crêpes y galettes caseras de la madre de Marie, este dejó mucho que desear.

Tanto Marie como su familia me recomendaron probar le caramel au beurre salé, una crema pastosa de caramelo líquido que se caracteriza por llevar la tradicional mantequilla con sal gruesa de Bretaña. No soy muy fanática del caramelo, así que no me terminó de convencer el sabor peculiar de esta crema junto con el crêpe; al final opté por pedir uno de sirope de chocolate con helado de vainilla y nata.
Eso sí, el sitio era el típico bistrot bretón, con manteles de cuadros rojos y blancos, por lo que me alegré de que hubieran escogido este lugar para merendar.




Tras reponer fuerzas, seguimos paseando por la ciudad hacia la parte más señorial. Se nota sobre todo por el cambio de estilo en la arquitectura de los edificios, especialmente del ayuntamiento y la calle principal, ya que poco tienen que ver con la zona junto al mar.





Diario de viaje: La Côte Sauvage de Quiberon. Bretaña (parte 7) - Francia

Quiberon es uno de los lugares que más me gustó de Bretaña —vaya, ha sido una bonita confesión para empezar esta entrada—. Estuvimos poco más de hora y media en este precioso lugar, pero fue tiempo más que suficiente para que me enamorase de él.



Quiberon es una comuna francesa situada en la región de Bretaña. Sin embargo, lo más famoso y característico de este lugar es su costa, que recibe el nombre de La Côte Sauvage.
Se trata de un lugar precioso e idílico, perfecto para disfrutar del paisaje y pasear por los 8 kilómetros de sendero que recorren los acantilados desde el Château Turpault.
Nosotros no lo recorrimos todo, pero sí que disfrutamos del sol y del buen tiempo. ¡He incluso conseguimos bajar por un acantilado a una pequeña cala para mojarnos los pies en el agua! Para una chica del Mediterráneo como yo, estaba helada. De hecho, no sé si se puede apreciar en la última fotografía, en la que estamos Marie y yo mojándonos los pies, pero en cuanto la ola se aproximó, puse los pies de puntillas.






Lo anecdótico de esta visita fue que, al llegar a casa horas más tarde, toda la familia francesa con la que vivía estaba roja como un tomate debido a la hora que habíamos pasado paseando por los acantilados. La quemadura de la piel fue tal que unos a otros se iban pasando la botella de After-sun. Sin embargo, yo había perdido parte de mi bronceado desde que había llegado a Bretaña, por lo que nos sirvió para bromear con el tema durante unos días. 

"Después de la tormenta siempre llega la calma", se suele decir. Y yo lo pude comprobar ese mismo día: la tormenta que nos recibió en Carnac quedó prácticamente olvidada tras disfrutar del océano que baña la costa de Quiberon.





Diario de viaje: Carnac y La Trinité sur mer. Bretaña (parte 6) - Francia


Uno de los días por Bretaña, mi familia anfitriona me llevó a hacer un recorrido en coche por varios pueblos y ciudades de la región. Los días previos a este viaje, estábamos todos pendientes de la previsión meteorológica y, aunque el cielo no prometía estar del todo soleado, decidimos llevarlo a cabo.
En la primera parada, aprovechamos para visitar los conocidos Alineamientos de Carnac, el sitio neolítico por excelencia de Bretagne.

Estos alineamientos se sitúan entre el V y III milenio a.C. y fueron erigidos por comunidades sedentarias que se dedicaban a la ganadería y a la agricultura. Se trata de construcciones de piedra alineadas en filas de menhires y recintos, tumbas individuales (cerros) y colectivas (dólmenes).

Como suele ocurrir con este tipo de lugares, varias leyendas y creencias se basan en este sitio. Una de ellas es la leyenda de San Cornelio, según la cual, los megalitos de Carnac eran romanos petrificados; aunque, posteriormente, en el siglo XIX también se ha dicho que este lugar podría tratarse de un antiguo templo celta.

Sea lo que fuere, estos alineamientos ocupan varios kilómetros, por lo que la visita turística requiere tiempo. Además, también se puede visitar el museo de prehistoria que ilustra la evolución del ser humano en Bretaña desde el Paleolítico hasta la Edad Media.
Este museo fue nuestra salvación, porque una tormenta descomunal nos recibió nada más llegar a Carnac. Por suerte, no duró más que unos veinte minutos, así que visitamos dicho museo y, posteriormente, paseamos junto a los alineamientos. Pero, como estaba todo embarrado, acabamos por poner rumbo a otra ciudad tras haber sacado un par de fotos.

Nuestra segunda visita terminó por ser La Trinité sur mer. Fue, más que nada, una parada provisional para esquivar la tormenta que avanzaba en dirección Oeste, persiguiendo las ciudades que teníamos previsto visitar. De esta forma, al situarse un poco más al Este (por lo que en realidad retrocedimos unos kilómetros), pudimos incluso disfrutar de algunos rayos de sol.

En cuanto el reloj marcó las doce, mi familia anfitriona decidió que era la hora de la comida y que debíamos aprovechar esta parada provisional no solo para ver el lugar sino también para comer. Quizás era un poco pronto para mí, pero no dudé en sentarme con ellos para disfrutar de una comida con vistas al Atlántico ;)




Diario de viaje: Los yacimientos de Monteneuf, Bretaña (parte 5) - Francia

La siguiente parada que hicimos ese día fue visitar la zona arqueológica más conocida de Monteneuf. 
Como ya dije en una de las entradas anteriores, Bretaña se caracteriza por los yacimientos arqueológicos magalíticos, así que mi familia anfitriona se interesó por llevarme a varios de ellos. 
Unas horas antes, habíamos visitado los yacimientos megalíticos de Saint-Just; pero, como no logramos encontrar más que una decena de menhires —motivo por el que la visita nos decepcionó bastante a todos—, mis expectativas con respecto a volver a visitar un yacimiento de este tipo no eran muy altas.
Eso sí, a diferencia de los anteriores, la ruta que había que seguir hasta llegar a la Archeosite de Monteneuf estaba señalizada por varios carteles e indicaciones; así que, afortunadamente, pudimos encontrar el camino.
Finalmente, encontramos los yacimientos arqueológicos de Monteneuf, conocidos en francés con el nombre de Les Pierres Droites.




El yacimiento de Les Pierres Droites se trata de unos enormes menhires de la época del Neolítico que lleva más de 5500 años al sur del bosque de Brocéliande y que puede visitarse gratuitamente.
Junto a estas enormes piedras han creado un área en la que han tratado de reconstruir la organización de una cantera megalítica y reflejar aspectos de la vida cotidiana durante ese período de la historia.








Diario de viaje: La Gacilly. Bretaña (parte 4) - Francia

Después de nuestro intento por visitar los yacimientos de Saint-Just, decidimos ir a lo seguro y visitar la pequeña ciudad de La Gacilly.

Si en algo se asemeja La Gacilly a Rochefort-en-Terre es en la tranquilidad que transmite su paisaje: todas las calles de piedra están decoradas con flores y plantas que hacen que el lugar se convierta en un sitio muy agradable para pasar una tarde de verano. 

Es precisamente en La Gacilly de donde es originaria la conocida marca de cosmética vegetal Yves Rocher. El fundador, que da nombre a la firma, comenzó su negocio gracias a la fundación de un jardín botánico y un hotel-spa ecológico. El primero se puede visitar durante los meses de verano, mientras que el segundo todavía sigue en funcionamiento siendo día tras día más conocido gracias a las tiendas de cosmética que se han extendido a nivel internacional bajo este nombre. 

Tras visitar una tienda de esta marca, continuamos disfrutando de las cálidas temperaturas de verano dando un paseo por las calles de este pintoresco lugar y las orillas del río Aff.






La región de Bretaña es especialmente conocida por sus productos artesanales, y lo mismo ocurre con La Gacilly. Curioseamos por varias tiendas de artesanía de cuero y madera, arte y pintura y joyería, mientras Marie me explicaba cosas sobre su región.
Finalmente, siguiendo su recomendación, compré una docena de Macarons artesanales en Pierre Morel. Los sabores elegidos fueron los de frambuesa, pistacho y vainilla. Sin duda, no podía irme de Francia sin volver a comprar macarons.
Para mi sorpresa, estaban muchísimo mejor que los que compré en París, así que fue la mejor compra que hice en todo el viaje :D



Tras tomarnos un helado y reponer fuerzas, estuvimos viendo la exposición de fotografías al aire libre que decora la calles de La Gacilly durante los meses más calurosos del año. Es el festival de fotografía al aire libre más grande de Francia, así que no podíamos irnos de La Gacilly sin verlo.






Mirada al pasado

Hace exactamente cuatro años que me sumergí por primera vez en un viaje al extranjero.
Recuerdo la ilusión que me hacía conocer un nuevo país, defenderme en una lengua extranjera y, en definitiva, estar en contacto con otra cultura.
Ese primer viaje —que, como ya he dicho en más de una ocasión fue a Polonia— lo recuerdo como si fuese ayer: podría dar todos y cada uno de los detalles de la gente que conocí y de los lugares que visitamos. Y, de hecho, cuando en alguna conversación menciono este viaje, no puedo hacerlo más que junto al esbozo de una enorme sonrisa.

Esta oportunidad no fue sino otra cosa que el comienzo de otros muchos viajes más, de nuevas experiencias y emociones que han venido de la mano de países como Portugal, Inglaterra, Italia, Suecia, Francia y Austria; y el Estado Ciudad del Vaticano.
No son muchísimos países, pero todos ellos los he visitado (incluso algunos de ellos por más de una vez) en estos cuatro años; así que han pasado a formar, en cierto modo, parte de mí.
Viajar a muchos de estos lugares me ayudó, entre muchas otras cosas, a decidir qué carrera universitaria estudiar y a qué orientar mi futuro. Y, los últimos viajes que he hecho siendo ya estudiante universitaria,  no han hecho más que confirmarlo.

Además, cabe mencionar también que con ese primer viaje creé este pequeño espacio en la blogosfera. Esta colección de diarios de viajes que llevo escribiendo desde entonces y que comparto con todos vosotros de la forma más asidua posible. Así que, como no podía ser de otra manera: gracias por vuestras suscripciones, comentarios, visitas y lecturas durante estos cuatro años.



Diario de viaje: los yacimientos perdidos de Saint-Just. Bretaña (parte 3) - Francia

Parece que desde que ha vuelto la rutina universitaria, he dejado un poco olvidado el blog. Aún así, desde verano he podido hacer varios viajes y escapadas que todavía no os he contado y sobre los que, por supuesto, quiero escribir.

Retomando el viaje por la Bretaña francesa que hice durante el mes de julio, hoy toca dedicarle una entrada a Saint-Just: una población del cantón de Pipriac.
La familia anfitriona me había contado que especialmente esa zona es conocida por los yacimientos megalíticos, así que el primer plan de esa tarde fue visitar los dólmenes y menhires de Saint-Just. No visité el pueblo, ya que me llevaron directamente a las afueras, campo a través, para poder verlos.
A pesar de que la familia insistía en que en esa zona había varios yacimientos y aseguraba que los encontraríamos, solamente dimos con un pequeño yacimiento del Neolítico; porque, todo sea dicho, las indicaciones para encontrar el camino brillaban por su ausencia.

El tamaño de muchos de los menhires nos triplicaba la altura, aunque debo decir también que me esperaba algo parecido a Stonehenge, por lo que me decepcionó un poco la visita. No sé si mi familia anfitriona francesa se percató de ello, si también a ellos les ocurrió lo mismo por no haber conseguido encontrar más yacimientos... O fue un poco de todo; pero no se dieron por vencidos tan fácilmente y durante las próximas horas me llevaron a ver los yacimientos arqueológicos de Monteneuf y Carnac. Por lo que acabamos por tomarnos con humor esta "expedición" fallida y estuvimos bromeando sobre ello el resto de la semana.

¿La mejor parte de la visita a Saint-Just? ¡Pude disfrutar de la típica randonnée de la que tanto había oído hablar en los libros de texto cuando estudiaba francés! No hay mal que por bien no venga ;)







Diario de viaje: Rochefort-en-Terre. Bretaña (parte 2) - Francia

La primera mañana de mi viaje por la Bretaña francesa, la pasé en Rochefort-en-Terre: un pintoresco pueblecito que dista unos quince minutos en coche de Saint-Jacut-Les-Pins. No sabía qué esperar de este lugar;  aunque ahora puedo decir que me sorprendió gratamente hasta el punto de convertirse en uno de mis lugares favoritos de Bretaña.

Toda mi familia anfitriona me acompañó en esta escapada matutina por la rural localidad.
Lo que más me llamó la atención fue, sin duda, la arquitectura: las casas y edificios de piedra de, como mucho, un par de plantas dan un aspecto precioso a las calles que están perfectamente cuidadas. Más tarde, tras pasar por la oficina de turismo, me enteré de que Rochefort-en-Terre se ha ganado la distinción de Petite Cité de Caractère —en mi opinión, distinción totalmente merecida, pues conserva en perfecto estado su patrimonio arquitectónico—.

No es que sea muy conocido a nivel internacional, ya que todos los turistas con los que nos cruzamos eran franceses o, como mucho, algún que otro belga u alemán; pero fue precisamente en la oficina de turismo donde me encontré con que la guía que estaba en el mostrador era una estudiante española de intercambio de, más o menos, mi edad. Tras hablar un rato con ella y asegurarme de que podía recordar todas sus recomendaciones turísticas, inicié el camino de subida al castillo de Rochefort-en-Terre junto con mi familia anfitriona; no sin antes curiosear junto con Marie por varias tiendas y encontrarnos con algunos monumentos.

Los locales y comercios que visitamos vendían productos locales o artesanales; desde jabones y perfumes naturales hasta productos gastronómicos. En general, se pueden encontrar por todo el pueblo, aunque un gran número de comercios están situados entre Place du Puits y Place des Halles.











Callejeando por las angostas calles de subida al castillo, nos encontramos con Notre-Dame-le-la-Tronchaye, una curiosa iglesia ubicada por debajo de la ciudadela y construida en un terreno en cuesta.
Según la tradición popular, en la época de las invasiones normandas, un sacerdote escondió en el tronco de un árbol hueco una imagen de madera de la Virgen y el Niño, para ponerla a salvo de los saqueos de los invasores. Cuenta la leyenda que en el siglo XI, dos diglos después, una pastora encontró dicha imagen; por lo que se tomó la decisión de construir esta iglesia. Esta historia se cuenta en una de las vidrieras de Notre-Dame-le-la-Tronchaye.



En toda Bretaña típico decorar las calles y jardines con hortensias. La madre de Marie tiene predilección por estas flores y cada vez que veía alguna, toda la familia comentaba sobre ellas.



Finalmente, llegamos a la fortificación. El castillo comenzó a construirse en el siglo XII en una estribación rocosa que dio nombre tanto a la familia Rochefort como al lugar.
El castillo fue derruido y posteriormente reconstruido en numerosas ocasiones, hasta que el pintor americano Alfred Klots compró las ruinas y transformó las antiguas dependencias en una lujosa vivienda. Actualmente, los jardines pueden visitarse de forma gratuita siempre que el parque esté abierto.





Rochefort-en-Terre no es un lugar que se caracterice por la gran cantidad de museos que visitar, pero vale totalmente la pena visitarlo únicamente para perderse por sus calles engalanadas con numerosos adornos florales y que dan todavía mayor encanto al pintoresco pueblecito.

Tras la visita a los jardines del castillo, regresamos a casa hacia media mañana para comer todos juntos. En realidad, no eran más de las doce, pero la mayoría de los franceses bretones suelen comer sobre esta hora, por lo que tuve que acostumbrar a mi estómago a comer mucho más temprano de lo habitual.