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Diario de viaje: Guérande et ses marais salants. Países del Loira (parte 1) - Francia

La ciudad de Guérande fue otra de las ciudades que visité durante mi corta pero intensa semana en la región de Bretaña. En realidad, aunque esta ciudad perteneció antiguamente al ducado de Bretaña, actualmente se encuentra en la región de Países del Loira.

Guérande es conocida por sus salinas, famosas en toda Francia. Sin embargo, estas se encuentran a las afueras del municipio, por lo que primero visitamos el casco antiguo de la ciudad, que se encuentra rodeado de antiguas murallas de piedra.

La única visita cultural que hicimos aquí, además de ver la catedral y pasear por las calles del centro, fue visitar la fortificación. Las murallas tienen una longitud de 1300m y cuentan con cuatro puertas y seis torres. Pienso que es una visita obligada en Guérande porque, aunque lo mejor de la ciudad son sus calles adoquinadas y las tiendas de artesanías, las vistas desde la muralla son preciosas; y no es para menos: si Saint-Cado es una ciudad que ha inspirado los cuadros de un gran número de pintores, se puede decir lo mismo de Guérande en el ámbito de la literatura, ya que esta ciudad ha inspirado a escritores como Gustave Flaubert. 








 



Aún así, como ya he adelantado antes, las salinas de Guérande (o les marais salants en francés) es por lo que de verdad es conocida Guérande. Ya los antiguos romanos sacaban provecho de estas salinas gracias al comercio de la sal, por lo que la ciudad de Guérande recibe el sobrenombre de La tierra del oro blanco. En mi humilde opinión, estas marais salants son un bonito lugar para hacer una parada y sacar alguna foto, pero tampoco tiene nada que las diferencie de cualquier otra salina.




Diario de viaje: Saint-Cado, Bretaña (parte 9) - Francia

Entre unas cosas y otras, el mes de noviembre ya casi se ha ido y yo apenas he actualizado el blog. Por eso, antes de que el mes acabe y llegue el frío diciembre (y sí, espero que sea frío porque aquí en Valencia parece que estemos a principios de otoño todavía en cuanto al tiempo se refiere), vuelvo a retomar mi viaje por Bretaña. 
En la entrada de hoy, hablaré de Saint-Cado. Un pueblecito situado a unos kilómetros de la desembocadura de la ría de Etel. 

Lo primero que vi tras bajar del coche y caminar hacia la parte más céntrica de Saint-Cado fueron las aguas turbias y estancadas de la ría de Etel en verano; cosa que me desconcertó un poco y no sabía muy bien porqué la familia anfitriona se había tomado la molestia de conducir hasta allí para enseñarme el agua estancada de una ría.
Poco a poco, fui acostumbrándome a ese paisaje y me di cuenta de que aquellas ciénagas que se formaban varios metros desde la orilla por haber marea baja le daban a Saint-Cado un aspecto natural y único —e incluso me atrevería a decir que tampoco ha quedado tan mal en las fotos—.

De pronto, mi atención recayó en una modesta casita que se erguía en medio de un pequeño islote. En ese momento, Marie me explicó que era precisamente por esa casa por lo que era conocido Saint-Cado, ya que había sido (y todavía era) la protagonista de los cuadros de muchos pintores. El padre de Marie me dijo que cuando subía la marea, esa zona era de las más peligrosas de la ría de Etel, pues se formaban numerosas corrientes de agua y era muy difícil llegar hasta la casa con una barca tan endeble como la que estaba amarrada a un lado del islote.

Después de sacar un par de fotos, cruzamos el puente de Saint-Cado. Según la leyenda, este puente fue obra del demonio: la tradición cuenta que un monje del País de Gales se instaló en la isla de Saint-Cado durante los siglos VI-VII y que, para ayudar a sus fieles que tenían que recorrer varios metros en barca sorportando la fuerza de las corrientes de agua, intentó construir un puente que el agua derribó cuando subió la marea. Entonces, el diablo pactó ayudarle con la construcción del puente y que en su recompensa podría quedarse con el primer ser viviente que lo atravesara. Tras pensar quién podría ser el primero en cruzar el puente, Saint-Cado soltó un gato para que este fuese el primero en cruzar el río, así que el diablo tuvo que conformase con ello.

Finalmente, nos dirigimos hacia la iglesia romana que fundó el santo que da nombre al pueblecito, pero estaba cerrada y no pudimos visitarla por dentro. Además, justo en ese momento comenzó a llover, así que decidimos poner fin a nuestro recorrido por Bretaña por ese día y regresar a casa.







Diario de viaje: Auray, Bretaña (parte 8) - Francia


Auray es una de las ciudades típicas de la región que cumple con el perfil de la Bretagne historique y en la que tuvo lugar la batalla más importante de la Guerra de Sucesión Bretona.
Se trata de un lugar junto al Atlántico cuya ribera recibe el mismo nombre que la ciudad. Por ello, además de un precioso casco antiguo, cuenta con un puerto transitado por barcas y veleros. Aún así, lo mejor de todo es perderse por las calles empedradas con pendiente que recorren parte de la zona pesquera y que, por tanto, la mayoría de ellas van a parar al embarcadero. 
Las casas de esta zona de Auray son las mán antiguas de la ciudad y pertenecen a la ciudad alta medieval; todas ellas muestran el estilo arquitectónico tradicional de la época ya que están hechas de piedra y cuentan con entramados de madera, mientras que el tejado de muchas casas todavía conserva la famosa ardoise o pizarra como elemento principal.












Fue precisamente en una de estas calles en la que tanto la familia anfitriona como yo disfrutamos de un crêpe, aunque, también tengo que decir que, después de haber probado los crêpes y galettes caseras de la madre de Marie, este dejó mucho que desear.

Tanto Marie como su familia me recomendaron probar le caramel au beurre salé, una crema pastosa de caramelo líquido que se caracteriza por llevar la tradicional mantequilla con sal gruesa de Bretaña. No soy muy fanática del caramelo, así que no me terminó de convencer el sabor peculiar de esta crema junto con el crêpe; al final opté por pedir uno de sirope de chocolate con helado de vainilla y nata.
Eso sí, el sitio era el típico bistrot bretón, con manteles de cuadros rojos y blancos, por lo que me alegré de que hubieran escogido este lugar para merendar.




Tras reponer fuerzas, seguimos paseando por la ciudad hacia la parte más señorial. Se nota sobre todo por el cambio de estilo en la arquitectura de los edificios, especialmente del ayuntamiento y la calle principal, ya que poco tienen que ver con la zona junto al mar.