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10 lugares que visitar en Barcelona


Barcelona había sido mi destino pendiente hasta hace poco más de dos años, cuando por fin tuve la oportunidad de visitarla. Desde entonces, he ido varias veces a la Ciudad Condal, por lo que me he animado a hacer una entrada de los lugares que todo turista tiene que visitar. Quizás próximamente escriba sobre otra selección de lugares más singulares y desconocidos para turistas, pero es evidente que nadie puede irse de Barcelona sin haber visitado:


El Tibidabo
Empiezo esta lista con uno de mis lugares favoritos de Barcelona: el Tibidabo. Desde aquí, las vistas de la Ciudad Condal son espectaculares y, aunque la subida puede ser algo empinada, vale la pena llegar hasta la cima de la montaña y visitar el templo del Sagrado Corazón y el parque de atracciones más antiguo de España. En mi caso, no tuve la oportunidad de visitarlo hasta mi tercera visita a la Ciudad Condal pero, automáticamente, se quedó en mi lista de los lugares más maravillosos de Barcelona.

El paseo de Gracia
El paseo de Gracia es una de las calles más visitadas por los turistas. Se trata de una zona que fusiona el ambiente comercial con las atracciones turísticas pues es precisamente aquí donde encontraremos varios edificios modernistas, entre los que destacan la Pedrera o Casa Milà y las casas del llamado Quadrat d’or.

El Nacional
Precisamente en el paseo de Gracia, encontramos también otro de mis lugares favoritos: el Nacional (Passeig de Gràcia, 24). Se trata de un mercado totalmente reformado y convertido en un elegante restaurante en el que podrás disfrutar de varios tipos de espacios y ofertas gastronómicas. Vale la pena entrar, aunque sea para echar un vistazo a la decoración.

El Montjuïc
La montaña de Montjuïc es otra de las montañas que rodea la ciudad de Barcelona. Aunque, como bien he dicho, mi favorita es el Tibidabo, desde la montaña de Montjuïc también se puede disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad y el mar. Sin embargo, yo recomendaría contemplar el Montjuïc desde el centro comercial las Arenas, desde cuyo mirador se puede disfrutar de las vistas a la plaza España, las torres de la avenida María Cristina y el palacio del Montjuïc de fondo.

La catedral
Otra de las cosas que más me gusta hacer cuando viajo es pasear sin rumbo por las calles del casco histórico. En Barcelona, pasear por las angostas calles medievales del Barrio Gótico es una tarea obligada. Además, en esta zona encontraréis la catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia, cuyo interior se puede visitar.

El palacio de la Música Catalana
No es ninguna novedad decir que Barcelona es la cuna del modernismo. Prueba de ello es el palacio de la Música Catalana, obra de Domènech i Montaner. El interior es precioso, por lo que no dudéis en entrar si tenéis oportunidad. Sin embargo, la fachada del edificio tampoco tiene nada que envidiar, así que sigue siendo un lugar imprescindible que visitar durante nuestra visita a Barcelona.

La Sagrada Familia
Poca explicación necesita este maravilloso monumento que se encuentra recomendado en todas las guías de viajes y que se ha convertido en todo un icono de Barcelona. La iglesia de la Sagrada Familia es la obra más famosa de Gaudí, así que no podría faltar en esta lista. Aunque, su construcción se inició en 1882, todavía no está terminada: Gaudí murió antes de finalizar las labores de construcción, por lo que diversos arquitectos han continuado las labores de construcción tratando de seguir la idea original de Gaudí.

El parque Güell
Junto con la iglesia de la Sagrada Familia, el Parque Güell es otro de los lugares más visitados por los turistas. Este lugar entra sin lugar a dudas entre mis favoritos, pues combina coloridos diseños arquitectónicos con unas maravillosas vistas de la ciudad. Se encuentra un tanto apartado del centro de la ciudad, por lo que recomendaría acceder en transporte público o en coche de alquiler. Eso sí, visita obligada para todo aquel que quiera impregnarse de la arquitectura modernista.

Monumento a Colón
El monumento a Colón, como su nombre indica, es un monumento dedicado al descubridor de América que alberga un pequeño mirador. Al encontrarse cerca del mar, recomendaría visitarlo al atardecer, pues podremos tomar fotografías con un cielo increíble.

El parque de la Ciudadela
El último, aunque no el menos importante, es el parque de la Ciudadela, que se encuentra próximo al Arco de Triunfo. Es uno de mis lugares favoritos para pasear y desconectar del bullicio de la ciudad. Su lugar más característico es una preciosa cascada compuesta por un enorme conjunto monumental en piedra y esculturas doradas. Además de la cascada, el parque cuenta con amplias zonas ajardinadas, arboledas, monumentos, un invernadero y el museo de Zoología de Barcelona. 

Miami para descansar

Aprender inglés en los Estados Unidos es una gran oportunidad para desarrollar completamente el idioma. Sin embargo, si asistes a una ciudad en donde el inglés no es el idioma dominante, todo no será como esperabas.




Un ejemplo de ellos es la ciudad de Miami a la que se puede ir a disfrutar de unas maravillosas vacaciones sin necesidad de dominar por completo el inglés. En esta ciudad domina el idioma español: esto se debe a la gran cantidad de inmigrantes de ascendencia latinoamericana que han llegado con el paso de los años.
Desde 1959, Miami se ha llenado de cubanos que escaparon del régimen castrista creando un espacio para todos ellos, conocido como Little Havana, que hoy en día se ha convertido en un punto turístico importante visitado por aquellos interesados en descubrir una nueva  cultura y gastronomía sin salir de los Estados Unidos.


Además de ciudadanos de origen cubano, Miami concentra grandes comunidades de otras nacionalidades; en su mayoría de habla hispana. De esta forma, tanto si vas de turismo como por estudios y no dominas el inglés a la perfección, no tendrás problema para comunicarte.
Por otra parte, si vas a otra de las ciudades de Florida, como Orlando o Fort Lauderdale, encontrarás que poco a poco el idioma va cambiando. En este caso puedes hacer un recorrido por todas las ciudades del estado e ir definiendo y practicando el idioma en un entorno diferente. En muchos casos, la vergüenza por no saber cómo pronunciar correctamente nos obliga a quedarnos en silencio, pero si recorres otros lugares deberás forzarte por intentar comunicarte e irás practicando poco a poco con las cosas más sencillas.


Una de las mejores opciones para desplazarte por las ciudades de Florida es alquilar un coche. Para esto, existen agencias de alquiler de coches especializadas. Agencias como Viajemos.com,  que te brindarán un servicio bilingüe para que puedas escoger la opción que más se ajuste a tus necesidades y obtengas un coche que mejor se adapte a tus preferencias por tanto tiempo como desees.

¿Por qué debes aprender inglés en el extranjero?



Aprender inglés puede suponer todo un reto, pero os aseguro que es una de las decisiones más gratificantes que he tomado en mi vida. Aún así, no voy a negar que hubo un momento en el que comencé a darme cuenta de que por más que estudiaba, mi nivel de inglés se había quedado prácticamente estancado. Fue entonces cuando decidí que había llegado el momento de poner en práctica todo lo que había aprendido y hacer un intercambio de idiomas. ¿Pero cuáles son las ventajas de aprender inglés en el extranjero?


1. Perder el miedo
Muchas veces solamente nos falta confiar más en nosotros mismos. Aprender un idioma ya es lo suficientemente complicado como para ponernos más obstáculos nosotros mismos, así que durante nuestro intercambio de idiomas en el extranjero nos veremos obligados a hablar el idioma local para comunicarnos. No digo que si logramos perder el miedo que nos frena a hablar inglés, conseguiremos un nivel avanzado, pero al menos habremos perdido el miedo a pronunciar algo mal o a decir algo incorrecto, cosa fundamental para que puedan ayudarnos a mejorar.

2. Consolidar conocimientos
Durante nuestra estancia en el extranjero, podremos poner en práctica todo lo que hemos aprendido anteriormente. No solo nos ayudará a recordar aquellas palabras o expresiones que creíamos haber olvidado, sino que podremos aprender en qué contexto las utilizan los nativos para hacerlo también nosotros cuando hablamos su idioma.

3. Inglés las 24h del día
Aunque la gran mayoría de los intercambios incluyen un curso de idiomas, nuestro aprendizaje de inglés no se limitará a las horas que asistamos a clase, pues estaremos utilizando el inglés en nuestro día a día. De este modo, nuestro aprendizaje será mucho mayor. Como me gusta decir a mí: estaremos viviendo el idioma.

4. Conocer otras culturas
No solo disfrutaremos de la cultura del país de destino, sino que probablemente también pasemos gran parte de nuestro día a día en un ambiente multicultural. Muchos de los centros en los que se imparten las clases de inglés cuentan con estudiantes de diversas nacionalidades, así que será también una oportunidad excelente para conocer otras culturas y tradiciones diferentes a las nuestras.

5. Hacer nuevos amigos 
Posiblemente, muchos de nuestros compañeros de clase se acabarán convirtiendo en amigos con los que salir a tomar algo o hacer turismo los fines de semana. Y, por qué no, amigos para toda la vida si mantenemos el contacto al regresar a casa. Esta es mi parte favorita.

6. Ampliar horizontes
Al hacer un intercambio de idiomas, salimos de nuestra zona de confort, así que descubriremos una infinidad de cosas que hasta ese momento desconocíamos. Aprenderemos un idioma, sí, pero también muchísimas cosas que quizás no habríamos aprendido si nos hubiésemos quedado en casa.

7. Crecer como persona 
No solo aprenderemos un idioma y entraremos en contacto con costumbres diferentes a la nuestra, sino que probablemente nos veremos en situaciones en las que nunca antes nos habíamos encontrado. Esto nos convertirá en personas más flexibles, respetuosas y abiertas. En definitiva, creceremos como personas. ¿Qué hay más importante que eso?

8. Mejorar tus estudios y oportunidades laborales
Al estar en constante aprendizaje, nos costará menos aprender cosas nuevas y memorizar información. Además, todo el mundo sabe que contar con un buen dominio de inglés es algo crucial para lanzar nuestra carrera profesional, por lo que hacer un intercambio de idiomas en el extranjero nos abrirá más puertas.

9. Romper con la rutina
Encontrarnos en un país diferente al nuestro supone que incluso las tareas más comunes del día a día se conviertan en algo totalmente nuevo para nosotros. No solo la metodología de las clases puede variar, sino que aspectos de la vida diaria como pedir un café, coger el autobús o llegar hasta la escuela pueden recobrar todo su encanto al realizarlas en un entorno nuevo. 

10. Tomar las riendas de tu futuro
Precisamente, al romper con la rutina nos encontramos en situaciones que quizás nunca antes habíamos vivido o que habíamos vivido de una forma totalmente diferente. Por eso, nos veremos obligados a tomar nuestras propias decisiones y, en definitiva, a madurar. Y, por qué no, quizás durante nuestro intercambio de idiomas nos demos cuenta de cómo queremos que sea nuestro futuro, cuáles son nuestras ambiciones y los caminos que queremos seguir. Esto fue precisamente lo que me pasó a mí: al volver de mi viaje de intercambio, tuve claro que quería que mi futuro estuviese relacionado con los idiomas y el intercambio cultural, así que decidí estudiar la carrera de traducción en la universidad.



Marcharnos al extranjero a aprender inglés puede asustar un poco, especialmente si es la primera vez que hacemos un intercambio de idiomas o si los estudiantes son jóvenes adolescentes. Por eso, recomendaría que deleguemos en empresas con experiencia como EF Education First para que organicen nuestro viaje. Hay una infinidad de destinos, cursos y opciones de alojamiento, así que no solo podrán asesorarnos, sino que también se encargarán de organizar nuestro viaje y resolver nuestras posibles dudas para hacer de nuestra estancia en el extranjero una experiencia única e inolvidable.

Vigeland, Museo Nacional, Akershus y Tjuvholmen - Oslo (parte 3), Noruega


Nuestro tercer día en Oslo comenzó con la visita a uno de los lugares más conocidos de la capital noruega: el parque de Vigeland. Tras un copioso desayuno en el hotel y un trayecto de aproximadamente media hora en tranvía, llegamos a este precioso parque que es, sin duda alguna, una visita obligada para todo turista dispuesto a impregnarse de la esencia de Oslo.
Noruega siempre se ha caracterizado por sus parques y entornos naturales, pero es el parque de Vigeland, también conocido como el parque de las esculturas, el lugar más famoso de Oslo. La entrada al parque es gratuita y, como el tiempo acompañaba, pudimos dedicar gran parte de la mañana a pasear por las inmediaciones, tomar diversas fotografías y, como no, contemplar embelesados las expresiones de las estatuas. No sé si solo me habrá pasado a mí, pero tuve la sensación de que este precioso lugar cuenta con la combinación perfecta entre naturaleza y arte.




Sobre las dos de la tarde ya estábamos en el centro de Oslo. Allí paramos a comer algo rápido, pues queríamos aprovechar al máximo nuestro último día de turismo. En realidad, lo que no queríamos era perdernos la visita al Museo Nacional de Oslo: nos negábamos a marcharnos de Oslo sin disfrutar de la obra más famosa de Edvard Munch. Habíamos dejado las visitas a los museos para el domingo porque la entrada a muchos de ellos es gratuita ese día de la semana. Eso sí, con un horario un tanto limitado ya que, como la gran mayoría de los establecimientos en Noruega, cierra sus puertas a las cinco de la tarde. Además, casi todos los museos suelen permanecer cerrados los lunes, así que si dejábamos pasar esa oportunidad, no podríamos ver la pintura de el grito antes de irnos. Afortunadamente, no solo tuvimos tiempo de admirar la famosa pintura de Munch, sino que también pudimos dar una vuelta por la mayoría de las salas de arte del museo.




Como la gran mayoría de los museos cerraban a las cinco de la tarde, decidimos ir a pasear por la fortaleza de Akershus. La habíamos visto desde el muelle en el que nos recogió el barco para llevarnos a Lindøya el día anterior, pero todavía no habíamos explorado su recinto. La idea resultó ser de lo más acertada, pues pudimos disfrutar del idílico paisaje otoñal de los jardines y de unas maravillosas vistas al fiordo de Oslo.





Al caer la tarde, fuimos a pasear por el lujoso barrio de Tjuvholmen, una zona residencial junto al mar. Independientemente de alguna que otra cafetería y galería de arte, esta zona no se caracteriza por sus atracciones turísticas. Aún así, se ha convertido en una zona muy demandada por sus lujosos apartamentos. Nosotros nos limitamos a pasear por sus calles y a disfrutar de la fusión del moderno diseño de los edificios y los canales. Sin embargo, la humedad por estar tan próximos al puerto comenzó a calar en nuestro cuerpo, así que decidimos ir a cenar a Vapiano, uno de mis restaurantes favoritos cuando viajo al extranjero. Y así, con una suculenta cena, nos despedimos de nuestro último día de turismo en Oslo.


Lindøya, la ópera de Oslo y Mathallen - Oslo (parte 2), Noruega


Uno de los lugares que nadie puede perderse al visitar la capital noruega es las islas de Oslo. Todo el mundo sabe que los paisajes noruegos son, sin ninguna duda, increíbles pero, en mi opinión, los paisajes de estas islas son los mejores de todos. Quizás la época del año en la que viajamos a Oslo contribuyó un poco a ello, pues, en general, todo Oslo adquiere cierto encanto con la llegada del otoño. 

Recomendados por mi amiga María, nos sacamos el bono de transporte de 48 horas para coger el transporte público tantas veces al día como necesitáramos, pero cuál fue nuestra sorpresa cuando nos enteramos de que no solo incluía el transporte en autobús y tranvía, sino también en barco. De esta forma, pudimos coger el ferri que comunica el centro de la ciudad con las islas del fiordo de Oslo sin necesidad de coger el típico barco que pasea a los turistas por un no tan módico precio y que hace, prácticamente, el mismo recorrido.







Oslo cuenta con numerosas islas, muchas de las cuales habitadas. Este es el principal motivo por el que los noruegos vieron la necesidad de comunicarlas con el centro de la ciudad mediante transporte público. Este servicio cuenta con una gran afluencia de gente a primeras horas de la mañana, cuando los noruegos que viven en las islas cogen el barco público para ir al trabajo. Así, tras un agradable trayecto de unos 20 minutos, llegamos a Lindøya.

Lindøya es una idílica isla que derrocha encanto por todos sus rincones. De hecho, algunos noruegos han fijado en ella su segunda residencia, pues es un lugar perfecto al que acudir en vacaciones o algún fin de semana. También es una de las islas más turísticas, pero afortunadamente está lejos de masificarse. Es más, me atrevería a decir que solamente otras dos personas paseaban por la isla al mismo tiempo que nosotros, así que pudimos disfrutar tanto de la tranquilidad como del precioso paisaje. 







Sin darnos cuenta, pasamos prácticamente media mañana en la pequeña isla de Lindøya, por lo que aprovechamos el trayecto de vuelta en el ferri para comer unos sándwiches de salmón noruego mientras seguíamos disfrutando de las vistas.

Pasamos la tarde paseando por el centro de Oslo. Entre otras cosas, queríamos volver al Operahuset para ver el moderno edificio de la ópera de Oslo de día. Oslo es en sí una ciudad moderna, pero la zona de la ópera es de las más actuales. Tanto es así que al principio tuve que convencerme de no estar paseando por los decorados de película futurista. 



Después de todo el día paseando, el frío había comenzado a calarnos los huesos. Así, tras un par de horas en la habitación del hotel que sirvieron para reponer fuerzas y disfrutar de la agradable temperatura producida por la calefacción, fuimos a cenar a Mathallen (Vulkan 5, 0178 Oslo, Noruega), un renovado mercado que alberga puestos/restaurantes con especialidades de todo tipo. María nos recomendó probar el bocadillo de pato y, aunque es el único bocadillo de pato que he probado hasta ahora, tengo que decir que posiblemente no tomaré nunca otro bocadillo de pato tan bueno como ese. 


Oslo (parte 1), Noruega

Nuestro viaje a Oslo comenzó a las cinco de la mañana, cuando nos levantamos para coger un tren con destino a Barcelona que nos llevaría hasta el aeropuerto del Prat. El viaje, como todos mis viajes en tren a Barcelona, se hizo eterno, pero al menos pude ver el amanecer gracias a la butaca privilegiada junto a la ventana  —que Sergio me había cedido estratégicamente— con vistas al Mediterráneo. Tras subirnos a la lanzadera, pasar el control de seguridad, correr por la terminal como si no hubiera mañana y prometerme a mí misma no coger un tren con tan poco margen entre la llegada a la estación y la salida del vuelo conseguimos subir al avión. Así, tras unas siete horas después de haber salido de casa, llegamos a la capital Noruega.
 
Tras unos abrazos de reencuentro que me hicieron sentirme como en casa, llegamos a nuestro alojamiento: una acogedora habitación doble en un céntrico hotel situado a unos minutos a pie de la estación. Sin embargo, aunque habíamos salido de casa cuando las calles ni siquiera estaban puestas, decidimos que ya tendríamos tiempo de descansar más tarde y salimos a disfrutar de nuestras primeras horas en Oslo. 
 
Un agradable paseo desde el centro hasta el puerto bastó para darnos cuenta de que el frío iba a acompañarnos durante todo nuestro viaje y que el otoño en la ciudad noruega nada tiene que ver con las agradables temperaturas de esa época en Valencia. Así, después de haber estirado un poco las piernas —que estaban ya entumecidas por haber pasado tantas horas seguidas sentados en el tren y el avión— mi amiga María nos propuso asistir a un espectáculo de ballet en la ópera de Oslo. Había conseguido las entradas por unas cinco coronas cada una, así que era imposible rechazar tal proposición. No solo la función valió la pena, sino también tener la oportunidad de recorrer el interior del Operahuset por tal módico precio.
 
 
 






Dresde, Alemania

Alemania siempre había sido mi destino pendiente desde que comencé a estudiar alemán hace dos años. Por eso, cuando viajé a la República Checa y vi lo bien comunicada en autocar que está la ciudad de Praga con varias ciudades alemanas, no dudé ni un momento en pasar, aunque fuese un día de turismo, en el país teutón. La ciudad escogida fue Dresde, la impresionante capital de Sajonia. 


Nuestra ruta comenzó desde la estación de trenes cercana a la zona más comercial de Dresde. Así que aprovechamos para ir a la oficina de turismo de la estación y hacernos con un mapa de la ciudad para llegar al centro histórico. Ya desde allí, nos acompañó durante todo el día un cielo totalmente despejado de lo más primaveral aunque, eso sí, totalmente inesperado —¡Y yo que me había ido con varias capas de ropa cual cebolla!—. Apenas tardamos unos veinte minutos en llegar al centro histórico dando un agradable paseo, por lo que no es necesario coger ningún tipo de transporte público desde la estación.

Dresde es una ciudad que fue prácticamente destruida durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, bien podría creerse que los edificios del casco antiguo llevan ahí cientos de años, pues la labor de reconstrucción ha sido muy acertada. En la plaza Neumarkt y en sus alrededores, hay que destacar la Frauenkirche (iglesia de Nuestra Señora), que se encuentra en la misma plaza, y el mosaico de porcelana del Desfile de los príncipes.










Hasta que se acercó la hora de comer, seguimos descubriendo el centro histórico. Sin desplazarnos demasiado, pudimos ver un gran número de atracciones turísticas que se concentran a pocos metros de distancia, como la catedral de la Santísima Trinidad, la Escuela Superior de Bellas Artes, el palacio de Zwinger y el edificio de la ópera. En nuestro caso, solamente visitamos el interior de la catedral, aunque sí paseamos por los jardines del palacio de Zwinger, cuyo interior quedó pendiente para otra ocasión.










Sin saber muy bien dónde comer, decidimos buscar algún restaurante en la parte nueva, al otro lado del río. La suerte quiso que diéramos con Der Löwe (Hauptstraße 48, 01097 Dresden), un restaurante con típica comida alemana situado en la misma calle principal. El dueño del restaurante nos trató muy bien y la comida estaba bastante buena —aunque Sergio supo pedir mejor que yo, todo sea dicho—. 



Nuestro interés principal en Dresde fue visitar el casco antiguo, pero no queríamos irnos sin visitar algo de la parte nueva, así que después de comer, callejeamos un poco por los alrededores de la calle principal para llegar de nuevo hasta la estatua ecuestre de Federico Augusto I el Fuerte. No sé si fue solo cosa mía o quizás el cielo sin nubes tuvo algo que ver, pero me llamó la atención el brillo de la reluciente estatua dorada.

Poco a poco comenzó a caer la tarde, así que emprendimos nuestro camino hacia la estación de autobuses para coger el autocar que nos llevaría de vuelta a Praga, no sin antes acercarnos a las orillas del Elba a tomar algunas fotografías de la ciudad junto al río.







Karlovy Vary, República Checa

Karlovy Vary es la joya de la República Checa —con el permiso de Praga, claro— y es que es una ciudad que poco tiene que ver con el resto de ciudades checas que visitamos. Sus edificios victorianos le dan un aire distinguido y no exageraría si dijese que podría ser el escenario de varias novelas de Jane Austen, pues me recordó muchísimo a Bath, en Inglaterra.

Unos días antes de viajar a Praga, compramos por Internet los billetes de autocar de las excursiones de Karlovy Vary y Dresde. Así que el día de nuestra excusión a Karlovy Vary, no tuvimos que perder tiempo en las taquillas de la estación de autobuses. Al llegar a la estación, cual fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos con un autocar nuevo y con un servicio excelente: televisión individual, cascos, prensa y carrito de bebidas, todo cortesía de la casa. Por todas las comodidades que ofrecía, más parecía un pequeño avión que un autocar destinado a hacer un trayecto de poco más de una hora. Además, si a ello añadimos que pagamos unos 6€ por nuestro viaje de ida y vuelta, entenderéis nuestra sorpresa.


El nombre de la ciudad significa en español Baños de Carlos y es que, como bien su nombre indica, Karlovy Vary es conocida por sus fuentes termales beneficiosas para la salud —sí, otra similitud que tiene con Bath—. No es una ciudad muy grande, por lo que se puede recorrer fácilmente en un día. En nuestro caso, habíamos planeado pasar cuatro horas en Karlovy Vary, pero creo que si las aprovechas bien, son suficientes; pues nos dio tiempo a visitar el centro histórico (con entrada a algunos edificios incluida) y subir a uno de los miradores.

Lo primero que hicimos nada más llegar fue pasar por la oficina de turismo, ya que apenas habíamos preparado nuestra ruta por la ciudad y solamente teníamos en mente dos o tres sitios a los que ir. Al final, resultó que la ruta que nos recomendaron hacer fue de lo más completa y abarcó desde los típicos monumentos que hay en muchas otras ciudades de la zona, como la Columna de la Peste y algunas iglesias, hasta otros lugares característicos de Karlovy Vary, como el pabellón de las fuentes termales.

Columna de la Peste, dedicada a la Santísima Trinidad

Conjunto de casas victorianas

Grandhotel Pupp


Como ya he dicho, si hay algo que caracteriza a Karlovy Vary son las aguas termales. Hay un balneario donde poder disfrutar de ellas toda la jornada, aunque por lo que son famosas es por sus propiedades curativas al ingerirla. Hay varias fuentes naturales en varios puntos de la ciudad y en las que el agua sale de manera natural a diferente temperatura y presión. No podíamos irnos de Karlovy Vary sin al menos probarla, así que compré una jarrita de porcelana (aprovechando que este material es típico de la zona) y la llené en una de las fuentes. Por la cantidad de minerales que contiene, el agua que brota de las fuentes tiene un sabor fuerte, que a mí me recordó a una mezcla entre sodio y hierro. Además, no suele ser agua fresca, sino más bien todo lo contrario, por lo que todavía se acentúa más el sabor. Eso sí, hay que probarla.

Fuente termal



Después de haber visitado todo el centro turístico por las orillas del río, empezamos a callejear ayudados por el mapa para subir a un mirador cercano al hotel Popp. Debido a mi baja forma física, fue toda una aventura subir hasta allí, pero finalmente lo conseguimos y pudimos disfrutar de una de las mejores panorámicas de la ciudad antes de coger el autocar de regreso a Praga.






Kutná Hora, República Checa

La República Checa tiene muchas más ciudades que valen la pena visitar además de Praga, así que durante nuestro viaje por este país, optamos por viajar a otras dos ciudades checas y una alemana. Moverse por el país no es difícil y, me atrevería a decir que sus ciudades más importantes están bien conectadas. Además, hay que aprovechar los precios tan asequibles que se pueden encontrar en los billetes de tren y autobús, a lo que hay que sumar el favorable cambio de divisa.

Cuando estábamos planeando el viaje, barajamos la posibilidad de ir a Český Krumlov, Kutná Hora y Karlovy Vary. Pero, finalmente, solamente tuvimos tiempo para visitar dos ciudades checas además de Praga: Karlovy Vary y Kutná Hora. Y, como habréis deducido a partir del título, es precisamente esta última a la que va dedicada la entrada de hoy.

Nuestra visita a Kutná Hora fue prácticamente fugaz, pues tan solo estuvimos dos horas. Cogimos un tren desde la estación central de Praga y en aproximadamente una hora llegamos a la ciudad conocida por sus minas de plata. De hecho, hay varias minas en la ciudad y en sus alrededores que se pueden visitar mediante excursiones organizadas, pero como disponíamos de tan poco tiempo, preferimos quedarnos en el barrio de Sedlec y en el centro histórico.

La estación de tren de Kutná Hora se encuentra a las afueras de la ciudad. Sin embargo, como no es una ciudad grande, se puede ir de la estación al centro caminando en algo más de media hora. Esta opción fue la que escogimos nosotros ya que, de camino, aprovechamos para visitar el barrio de Sedlec.

Sedlec es un barrio de lo más peculiar, porque está prácticamente deshabitado (no nos encontramos con muchas casas ni edificios en el tiempo que estuvimos por allí), pero gracias a su conocido osario es de visita obligada en Kutná Hora. Se encuentra en la iglesia del Cementerio de Todos los Santos, aunque es la pequeña capilla del osario la que atrae más turistas. La "decoración" del osario está formada por más de 40.000 esqueletos humanos.  Reconozco que fue una visita un tanto escalofriante y quizás más bien propia de un personaje sacado de una novela del romanticismo, pero fue de lo más singular.




Junto con la entrada del osario, sacamos también la entrada para visitar La Asunción de Nuestra Señora, una iglesia que se encuentra a tan solo unos minutos a pie al lado opuesto del camino que lleva al osario desde la estación. De hecho, la divisaréis enseguida por sus dimensiones, que todavía llaman más la atención por estar situada en medio de la nada. A nosotros nos quedó pendiente subir al pasadizo de vigas de madera, pero aún así, valió la pena visitarla.




Después de visitar el osario y la iglesia, solamente disponíamos de poco más de una hora para que saliese el tren de regreso a Praga. Decidimos ir andando hasta el centro ya que, aunque hay autobús de línea, no sabíamos dónde cogerlo ni con qué frecuencia pasaba. Pensábamos disfrutar del paisaje y ver un poco más de la ciudad, pero lo cierto es que no fue una decisión muy acertada: tardamos más de media hora en llegar al centro caminando a paso ligero y, para colmo, las calles y avenidas que unen el barrio de Sedlec con el centro de Kutná Hora no tienen ningún encanto especial. Cuando llegamos al centro, solamente disponíamos de treinta minutos minutos para visitarlo; así que, en esta visita exprés, optamos por recorrer algunas calles que llevan desde la plaza Mayor hasta la iglesia de Santa Bárbara, de estilo gótico tardío.