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Sprachcaffe: la residencia y el curso de alemán

 


Pasar una temporada en el país donde se habla el idioma que estás estudiando es, a mi parecer, prácticamente indispensable para dominar una lengua. Como ya he contado en más de una ocasión, mi interés por el alemán comenzó hace unos años, cuando empecé la carrera de Traducción en la universidad. Hasta hace poco, solamente lo había estudiado en España, por lo que ahora que llevo varias semanas en Alemania, creo que ya va siendo hora de que os cuente más sobre mi experiencia aprendiendo alemán en el extranjero. 

Como bien dije en mis entradas anteriores, la ciudad donde estoy haciendo el curso de alemán es Fráncfort del Meno, que es también donde se encuentra la sede principal de Sprachcaffe. Decantarse por asistir a clases me parece la mejor idea si lo que queremos es forzarnos a aprender el idioma, repasar conceptos ya adquiridos y aprender nuevos. En mi caso, hago un curso general por las mañanas, de nueve a doce y media y, después, voy a un curso intensivo durante una hora y media más. Por una parte, en el curso general somos alrededor de diez estudiantes de diferentes nacionalidades. Este curso está enfocado a reforzar los apartados de gramática, vocabulario, escucha y expresión escrita, principalmente. El material que se utiliza es un libro de texto, aunque mi profesora suele complementarlo con ejercicios extra, como algunas presentaciones orales. Por otra parte, el curso intensivo está enfocado, principalmente, a la comunicación oral. El número de alumnos es mucho más reducido, por lo que todos los alumnos podemos participar activamente en clase. Además, reforzamos algunos puntos de gramática y vocabulario por medio de ejercicios y lecturas adicionales.

Las instalaciones de la escuela son amplias y luminosas, pero, lo que más me gusta de ella es que en el vestíbulo hay un dispensador de café, donde los alumnos podemos reunirnos y charlar en las pausas. Sí, por algo se llama Sprachcaffe ;) 

El curso de alemán tiene lugar en la calle Gartenstraße, así que la ubicación de la escuela es excelente: está a un paseo del centro histórico y bien comunicada con transporte público. Sin embargo, yo no necesito salir del edificio cada día para asistir a clase porque la residencia se encuentra en el mismo edificio, en el que hay, además, una sala común muy espaciosa en la que estudiar, charlar con los compañeros de clase o tomar un café.
 

 




En mi planta, somos varios estudiantes de diferentes nacionalidades. Hay habitaciones dobles e individuales, por lo que podemos elegir si queremos compartir habitación o disponer de la habitación para nosotros solos. Lo que más me gusta de mi habitación es que tiene ventanales enormes por los que entra mucha luz natural y las vistas a la calle de la residencia y al parque. Las zonas comunes son la cocina y la sala de estar, por lo que es sencillo entablar conversación con otros estudiantes (de hecho, a la mayoría de mis compañeros de residencia los conocí en la cocina). Además, en el pasillo hay también una estantería con libros de lectura en diferentes idiomas y algunos libros de texto de alemán a los que podemos recurrir si queremos consultar algo o repasar conceptos. 




 

 

 
Elegir bien la ciudad de destino es también uno de los factores que hay que tener en cuenta a la hora de decidirnos por hacer un curso de idiomas en el extranjero. Bajo mi punto de vista, Fráncfort es una ciudad que merece la pena conocer si se está interesado en la lengua y cultura alemanas: se puede hacer turismo, está muy bien comunicada con transporte público y tiene una oferta cultural amplísima. De lunes a viernes, al tener las tardes libres, salgo a descubrir la ciudad y, durante los fines de semana, suelo ir a visitar otras ciudades cercanas.

Se qué tomar la decisión de irse al extranjero a aprender un idioma puede asustar un poco en un primer momento, pero la verdad es que mi experiencia en Fráncfort solamente está llena de cosas positivas (no solo en cuanto a lo académico y a la ciudad, sino también en cuanto a las personas de diferentes culturas y nacionalidades que estoy conociendo aquí). Por eso, recomendaría delegar en empresas como Sprachcaffe para organizar nuestra experiencia en el extranjero. Desde un primer momento, entendieron perfectamente cuáles eran mis preferencias, resolvieron mis dudas y me ayudaron a organizarlo todo. Y lo mismo una vez llegué aquí. 

Como podéis ver, estoy disfrutando al máximo estas semanas. De hecho, tengo todavía muchas más cosas que quiero compartir en mi blog sobre esta experiencia, así que estad atentos a mis próximas entradas para seguir conociendo más detalles sobre mi estancia en Alemania.


Kassel - Alemania

 

Ahora que estoy en Fráncfort, suelo aprovechar los fines de semana para hacer excursiones y visitar otras ciudades. El mismo fin de semana que fuimos a Heidelberg visitamos también Kassel, la tercera ciudad más importante del estado de Hesse. En un principio, no era de las primeras opciones en la lista de ciudades que queríamos visitar durante nuestra estancia en Fráncfort. Sin embargo, cuando nos enteramos de que coincidíamos con una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo que únicamente se celebra cada cinco años, no nos lo pensamos dos veces y compramos los billetes para ir. 

El tren salía a primera hora de la mañana desde Südbahnhof, así que nos levantamos a unas horas un tanto intempestivas para ser domingo. Por suerte para nosotros, la residencia de Sprachcaffe está a un par de calles de la estación y llegamos a la estación sur en pocos minutos. 

Una vez en Kassel, tras visitar la oficina de turismo, salimos de la estación con un mapa de la ciudad y otro mapa gigante exclusivo de la documenta, que se encargó de que todo aquel con el que nos cruzáramos por la calle nos tildara de turistas (todavía sigo intrigada por saber a qué escala estaba hecho). 

La estación de Kassel Wilhelmshöhe está justo a medio camino entre los dos puntos turísticos más importantes de la ciudad, el centro y el parque Wilhelmshöhe, así que, siguiendo las recomendaciones de la chica de la oficina de turismo, salimos de la estación dispuestos a sacar un abono para todo el día: de esta forma, podríamos subir hasta el Hércules en tranvía y autobús y, después, bajar a pie disfrutando de las vistas. Sin embargo, en ese momento, entró en la estación el bus turístico y, aunque no somos muy amigos de este tipo de transporte, nos decidimos a preguntar. Al final, resultó ser un acierto, porque el billete para todo el día tiene un precio muy similar al de tranvía y permite, además, hacer viajes con este último. 

Con el autobús recorrimos parte del parque Wilhelmshöhe, que está considerado uno de los parques verdes más bellos de Europa y, la verdad, es que motivos no le faltan. El único punto negativo es que es un parque situado en la ladera de la montaña, así que la subida que hay que recorrer para llegar hasta él es más que considerable. En más de una ocasión me alegré de haber hecho caso a la chica de la oficina de turismo y haber optado por no llegar hasta allí a pie. Bajamos en la parada del Hércules, desde donde pudimos disfrutar de unas vistas panorámicas increíbles de la ciudad. 

Los jueves y domingos en temporada alta, alrededor de las tres de la tarde, se puede disfrutar de un espectáculo acuático por las fuentes y cascadas del parque, por lo que volvimos unas horas más tarde para verlo y recorrer gran parte del parque a pie.


 

Una vez llegamos al centro de Kassel, bajamos cerca de la plaza Friedrichsplatz. En ella estaba ubicada una de las obras más emblemáticas de esta edición de la documenta: el Pantenón de los libros. Sin embargo, cuál fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos solamente con una estructura de hierro erguida en medio de la plaza, sin ningún libro. Conforme fuimos acercándonos, nos dimos cuenta de que una cola larguísima de gente rodeaba la estructura con el único objetivo de entrar al partenón y hacerse con alguno de los ejemplares: al tratarse del último día de la documenta, habían decidido regalar los libros que formaban la obra a todo aquel que se acercara... e hiciera la cola. 

Como únicamente íbamos a pasar unas horas en Kassel, decidimos disfrutar de las obras de la exposición que se encuentran al aire libre repartidas por toda la ciudad y no entrar a ningún museo. Además, en cada edición de la documenta dejan que alguna obra pase a formar parte de los monumentos fijos de la ciudad, por lo que basta con pasear por la ciudad para hacerse una idea de la exposición. 

Comimos en la terraza de Bolero (Schöne Aussicht, Kassel), una especie de cafetería-Biergarten con una carta de comidas bastante sencilla. A cambio, como bien indica el nombre del paseo en el que se encuentra, disfrutamos de unas bonitas vistas del parque estatal Rosenhang.






No muy lejos, se encuentra otro de los puntos de interés de la ciudad, el parque Karlswiese y la Orangerie, así que aprovechamos para pasear por esta zona antes de volver al parque Wilhelmshöhe a ver el espectáculo de agua custodiado por la estatua del Hércules.

Kassel es una ciudad de la que tenemos sentimientos encontrados. Por una parte, al contrario de lo que esperábamos, es una ciudad bastante moderna y residencial, que no cuenta con un casco antiguo (ya que fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y, a diferencia de Fráncfort, no fue reconstruido); pero, por otra parte, cuenta con un parque natural en la montaña con recodos preciosos que vale la pena descubrir.