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Un día en Colonia - Alemania

En cuanto me enteré de que me habían aceptado en el programa de intercambio de Sprachcaffe en Fráncfort, comencé a hacer una lista de ciudades que quería visitar durante mi estancia en Alemania. Colonia, al igual que Heidelberg, fueron las primeras en las que pensé. Me habían hablado muchísimo de ellas y prácticamente cada alemán que he conocido me ha contado maravillas de estas dos ciudades. Durante mi primer fin de semana allí, como ya os conté por aquí, visité Heidelberg, pero Colonia se ha hecho esperar un poquito más.

Aprovechando que una amiga estaba haciendo unos cursos por la beca de auxiliar de conversación, no nos lo pensamos dos veces y compramos los billetes. Como nuestro ICE llegó a Colonia a primera hora de la mañana y hasta última hora de la tarde no habíamos quedado con Ana y su novio,  pudimos aprovechar el día en Colonia al máximo.

Tras un desayuno en un café italiano situado en frente de la estación, decidimos cruzar al otro lado del río para sacar las primeras fotografías de la ciudad. La luz a esa hora de la mañana era perfecta, así que enseguida nos pusimos en marcha por miedo a que el sol decidiera hacer de las suyas y esconcerse tras alguna nube en un abrir y cerrar de ojos, algo muy típico en Alemania.



El puente Hohenzollern no deja indiferente a cualquiera. Como buen ingeniero civil, Sergio se pasó un buen rato contemplando y analizando la estructura del puente ya desde el tren, cuando nuestro ICE entraba a la estación. En mi caso, aproveché el paseo hacia el otro lado del río para ir sacando fotografías, especialmente de los numerosos candados que los enamorados cuelgan en su estructura como prueba de amor.

Las vistas de la ciudad desde el otro lado del Rin son maravillosas, pues se puede tener una idea del conjunto de la ciudad y de sus atracciones turísticas más conocidas: el Rin, el puente Hohenzollern y, como no, la catedral de Colonia.

Después de  sacar numerosas fotografías de este tramo, decidimos caminar hacia la parte más moderna: el puente Severins y el Rheinauhafen. La verdad es que toda Alemania cuenta con una arquitectura muy variada, por lo que prácticamente todas las ciudades están llenas de contrastes.  La zona de Rheinauhafen me gustó mucho e, incluso, me atrevería a decir que guarda cierta similitud con la parte nueva del puerto de Oslo.





Por organizar un poco el día en Colonia, decidimos dedicar parte de la mañana a visitar el museo del Chocolate de Colonia. Se trata de un museo dedicado en su totalidad al chocolate, pero con salas muy variadas, que van desde expositores explicativos e invernaderos con plantaciones de cacao hasta la fábrica y tienda del chocolate de la archiconocida marca Lindt. ¿Lo más deseado? La fuente de chocolate líquido, sin duda. Las instalaciones son bastante nuevas y todo el recorrido del museo cuenta con grandes ventanales por el que entra la luz natural y desde los que se puede observar el Rin, así que es una visita que vale la pena.

Al terminar nuestra visita, decidimos volver a la zona más céntrica de Colonia y buscar un lugar donde comer. Tras mucho buscar, dimos con un pequeño restaurante situado junto a una de las calles que dan a la zona más comercial de Colonia. El Ech Kölsch (Obenmarspforten 1) resultó ser todo un acierto, ya que pudimos probar algunos platos típicos de la cocina alemana mientras disfrutamos del buen tiempo en la terraza.


 
 



Después de comer, decidimos seguir paseando por la zona más céntrica de la ciudad. Pasamos por las plazas Heumarkt y Alter Markt, vimos el edificio del ayuntamiento, entramos a dos tiendas que se disputan la denominación de la famosa agua de Colonia y callejeamos hasta llegar de nuevo a las orillas del Rin. No sé si porque era sábado o quizás que fuese el primer día de sol en quince días también tendría algo que ver, pero lo cierto es que ese día Colonia estaba de lo más concurrida. Especialmente la zona del río, donde grupos de jóvenes se reunían en las terrazas o disfrutaban del sol tumbados en el césped. Como dice mi madre: «allá donde fueres, haz lo que vieres». Así que propuse comprar unos helados en una heladería cercana y sentarnos junto al río a disfrutar del buen tiempo.

Habíamos quedado con Ana y José sobre las siete para tomar algo antes de coger el tren de vuelta a Fráncfort, así que dedicamos el tiempo que teníamos hasta entonces a ver una exposición de coches que había ese día junto al Rin y a explorar alguna zona más alejada del centro por si encontrábamos algo interesante. En nuestra ruta solamente dimos con la iglesia de San Gereón y algunos vestigios de la antigua ciudad de Colonia, como la muralla y una torre que han quedado prácticamente integradas en la ciudad, así que tampoco vale la pena alejarse mucho más. 

Creo que Colonia me deja un sabor agridulce. Por una parte, es una ciudad que tampoco tiene una gran variedad de atracciones turísticas más allá de su imponente catedral de estilo gótico, el puente Hohenzollern, el museo de chocolate y alguna que otra plaza. Pero, por otra parte, el ambiente que se respira y el estilo de vida de sus habitantes es maravilloso y creo que es precisamente esto último lo que la hace única.