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Días caóticos


Los últimos días han sido un auténtico no parar: hacer mil y un malabares para cumplir con todas las fechas de entrega, realizar tareas de la universidad, dedicar tiempo al curso de enseñanza de español para extranjeros, las clases de alemán, preparar las clases privadas de inglés... Como uno puede imaginar, la rutina se ha convertido para mí en un deporte de riesgo. Tan solo hace un mes y medio que comenzó el cuatrimestre y no sabéis lo mucho que necesitaba un respiro. Por suerte, las fiestas de Valencia están a la vuelta de la esquina y eso quiere decir que podré disfrutar de unos días de vacaciones en los que, seguro, encontraré momentos para desconectar —aunque tenga que pasar gran parte de estos días en casa adelantando tareas y trabajos de la universidad—. 

A todo ello hay que sumarle la incertidumbre de no saber qué me deparará el curso que viene. Sé que quiero completar mis estudios con un máster, pero, dado que todavía estoy barajando diversas opciones, creo que al final optaré por inscribirme en varios cursos de posgrado y elegiré una vez sepa en cuáles he sido aceptada. En un principio, creo que continuaré mis estudios universitarios en España o, al menos, de momento. Aun así, estoy pendiente de recibir la resolución de alguna beca para irme a estudiar al extranjero este verano. Llevo cruzando los dedos desde que mandé mi candidatura y, aunque soy consciente de la gran cantidad de candidatos que las solicitan, mis ganas por ser elegida hacen que todavía no haya perdido la esperanza. 

Como veis, mis días transcurren entre el agobio de la rutina y la incertidumbre, pero, a fin de cuentas, no me puedo quejar. Además, el fin de semana pasado, Sergio y yo fuimos a desayunar a Bastard Coffee and Kitchen (C/ Leandro de Saralegui 1, Valencia), una cafetería de lo más acogedora. Yo ya había ido con mis amigas en varias ocasiones, pero al fin conseguí convencer a Sergio de ir a desayunar juntos. Pedimos el brunch London Menú, toda una dosis de colesterol que nos supo a gloria.   

Y, por fin, Burdeos (parte 1) - Francia



El viaje en tren desde Hendaya a Burdeos se hizo más corto de lo que pensaba. Al salir de la estación nos estaba esperando el amigo de Sergio al que íbamos a visitar. Tras los abrazos propios del reencuentro, cogimos el tranvía para ir a la residencia donde nos quedaríamos tres noches. Así, después de dejar el equipaje y recuperarnos del viaje y la mañana de turismo, nos dispusimos a conocer la capital de Nueva Aquitania. 

Lo que más me llamó la atención de Burdeos fue lo mucho que me recordó a la capital francesa. Sí, mucho más pequeña y no con tanta afluencia de turismo, pero muchas de sus calles y edificios nada tienen que envidiar a los que podríamos encontrar en París. Reconozco que tengo cierta debilidad por la arquitectura clásica y neoclásica pero, creedme, pasear por las calle de Burdeos es algo impresionante. Prueba de ello es que el corazón de Burdeos fue declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO en 2007 —así que tampoco estoy exagerando tanto, ¿no?—.






Poco a poco la noche comenzó a acompañarnos en nuestra ruta de turismo por la ciudad, así que decidimos ir a una crepería a cenar. ¡Ni os imagináis lo que echaba de menos los crepes franceses! Y, así, con sus calles coquetas al atardecer y una suculenta cena de reencuentro, nos recibió Burdeos en nuestro primer día.



Hendaya - Francia


De Fuenterrabía a Hendaya hay solamente un paso o, mejor dicho, un paseo en barca. A media mañana cogimos un pequeño barco que nos llevó hasta tierras francesas. La frontera natural que separa España y Francia se puede cruzar fácilmente haciendo esta travesía marítima por menos de dos euros, así que, en solo unos minutos, ya estábamos en Hendaya. 

Nuestro tren a Burdeos salía en unas tres horas pero, como nos habíamos propuesto aprovechar la mañana al máximo, no pudimos evitar recorrer Hendaya. En general, no hay demasiadas atracciones turísticas, salvo el Chateau Abbadia y la bahía; pero como no queríamos alejarnos demasiado de la estación de trenes, acabamos paseando principalmente por la costa y disfrutando del sol y las agradables temperaturas tan impropias de finales de enero en la zona de los Pirineos.