Toda mi familia anfitriona me acompañó en esta escapada matutina por la rural localidad.
Lo que más me llamó la atención fue, sin duda, la arquitectura: las casas y edificios de piedra de, como mucho, un par de plantas dan un aspecto precioso a las calles que están perfectamente cuidadas. Más tarde, tras pasar por la oficina de turismo, me enteré de que Rochefort-en-Terre se ha ganado la distinción de Petite Cité de Caractère —en mi opinión, distinción totalmente merecida, pues conserva en perfecto estado su patrimonio arquitectónico—.
No es que sea muy conocido a nivel internacional, ya que todos los turistas con los que nos cruzamos eran franceses o, como mucho, algún que otro belga u alemán; pero fue precisamente en la oficina de turismo donde me encontré con que la guÃa que estaba en el mostrador era una estudiante española de intercambio de, más o menos, mi edad. Tras hablar un rato con ella y asegurarme de que podÃa recordar todas sus recomendaciones turÃsticas, inicié el camino de subida al castillo de Rochefort-en-Terre junto con mi familia anfitriona; no sin antes curiosear junto con Marie por varias tiendas y encontrarnos con algunos monumentos.
Los locales y comercios que visitamos vendÃan productos locales o artesanales; desde jabones y perfumes naturales hasta productos gastronómicos. En general, se pueden encontrar por todo el pueblo, aunque un gran número de comercios están situados entre Place du Puits y Place des Halles.
Callejeando por las angostas calles de subida al castillo, nos encontramos con Notre-Dame-le-la-Tronchaye, una curiosa iglesia ubicada por debajo de la ciudadela y construida en un terreno en cuesta.
Según la tradición popular, en la época de las invasiones normandas, un sacerdote escondió en el tronco de un árbol hueco una imagen de madera de la Virgen y el Niño, para ponerla a salvo de los saqueos de los invasores. Cuenta la leyenda que en el siglo XI, dos diglos después, una pastora encontró dicha imagen; por lo que se tomó la decisión de construir esta iglesia. Esta historia se cuenta en una de las vidrieras de Notre-Dame-le-la-Tronchaye.
En toda Bretaña tÃpico decorar las calles y jardines con hortensias. La madre de Marie tiene predilección por estas flores y cada vez que veÃa alguna, toda la familia comentaba sobre ellas. |
Finalmente, llegamos a la fortificación. El castillo comenzó a construirse en el siglo XII en una estribación rocosa que dio nombre tanto a la familia Rochefort como al lugar.
El castillo fue derruido y posteriormente reconstruido en numerosas ocasiones, hasta que el pintor americano Alfred Klots compró las ruinas y transformó las antiguas dependencias en una lujosa vivienda. Actualmente, los jardines pueden visitarse de forma gratuita siempre que el parque esté abierto.
Rochefort-en-Terre no es un lugar que se caracterice por la gran cantidad de museos que visitar, pero vale totalmente la pena visitarlo únicamente para perderse por sus calles engalanadas con numerosos adornos florales y que dan todavÃa mayor encanto al pintoresco pueblecito.
Tras la visita a los jardines del castillo, regresamos a casa hacia media mañana para comer todos juntos. En realidad, no eran más de las doce, pero la mayorÃa de los franceses bretones suelen comer sobre esta hora, por lo que tuve que acostumbrar a mi estómago a comer mucho más temprano de lo habitual.