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Lindøya, la ópera de Oslo y Mathallen - Oslo (parte 2), Noruega


Uno de los lugares que nadie puede perderse al visitar la capital noruega es las islas de Oslo. Todo el mundo sabe que los paisajes noruegos son, sin ninguna duda, increíbles pero, en mi opinión, los paisajes de estas islas son los mejores de todos. Quizás la época del año en la que viajamos a Oslo contribuyó un poco a ello, pues, en general, todo Oslo adquiere cierto encanto con la llegada del otoño. 

Recomendados por mi amiga María, nos sacamos el bono de transporte de 48 horas para coger el transporte público tantas veces al día como necesitáramos, pero cuál fue nuestra sorpresa cuando nos enteramos de que no solo incluía el transporte en autobús y tranvía, sino también en barco. De esta forma, pudimos coger el ferri que comunica el centro de la ciudad con las islas del fiordo de Oslo sin necesidad de coger el típico barco que pasea a los turistas por un no tan módico precio y que hace, prácticamente, el mismo recorrido.







Oslo cuenta con numerosas islas, muchas de las cuales habitadas. Este es el principal motivo por el que los noruegos vieron la necesidad de comunicarlas con el centro de la ciudad mediante transporte público. Este servicio cuenta con una gran afluencia de gente a primeras horas de la mañana, cuando los noruegos que viven en las islas cogen el barco público para ir al trabajo. Así, tras un agradable trayecto de unos 20 minutos, llegamos a Lindøya.

Lindøya es una idílica isla que derrocha encanto por todos sus rincones. De hecho, algunos noruegos han fijado en ella su segunda residencia, pues es un lugar perfecto al que acudir en vacaciones o algún fin de semana. También es una de las islas más turísticas, pero afortunadamente está lejos de masificarse. Es más, me atrevería a decir que solamente otras dos personas paseaban por la isla al mismo tiempo que nosotros, así que pudimos disfrutar tanto de la tranquilidad como del precioso paisaje. 







Sin darnos cuenta, pasamos prácticamente media mañana en la pequeña isla de Lindøya, por lo que aprovechamos el trayecto de vuelta en el ferri para comer unos sándwiches de salmón noruego mientras seguíamos disfrutando de las vistas.

Pasamos la tarde paseando por el centro de Oslo. Entre otras cosas, queríamos volver al Operahuset para ver el moderno edificio de la ópera de Oslo de día. Oslo es en sí una ciudad moderna, pero la zona de la ópera es de las más actuales. Tanto es así que al principio tuve que convencerme de no estar paseando por los decorados de película futurista. 



Después de todo el día paseando, el frío había comenzado a calarnos los huesos. Así, tras un par de horas en la habitación del hotel que sirvieron para reponer fuerzas y disfrutar de la agradable temperatura producida por la calefacción, fuimos a cenar a Mathallen (Vulkan 5, 0178 Oslo, Noruega), un renovado mercado que alberga puestos/restaurantes con especialidades de todo tipo. María nos recomendó probar el bocadillo de pato y, aunque es el único bocadillo de pato que he probado hasta ahora, tengo que decir que posiblemente no tomaré nunca otro bocadillo de pato tan bueno como ese. 


Oslo (parte 1), Noruega

Nuestro viaje a Oslo comenzó a las cinco de la mañana, cuando nos levantamos para coger un tren con destino a Barcelona que nos llevaría hasta el aeropuerto del Prat. El viaje, como todos mis viajes en tren a Barcelona, se hizo eterno, pero al menos pude ver el amanecer gracias a la butaca privilegiada junto a la ventana  —que Sergio me había cedido estratégicamente— con vistas al Mediterráneo. Tras subirnos a la lanzadera, pasar el control de seguridad, correr por la terminal como si no hubiera mañana y prometerme a mí misma no coger un tren con tan poco margen entre la llegada a la estación y la salida del vuelo conseguimos subir al avión. Así, tras unas siete horas después de haber salido de casa, llegamos a la capital Noruega.
 
Tras unos abrazos de reencuentro que me hicieron sentirme como en casa, llegamos a nuestro alojamiento: una acogedora habitación doble en un céntrico hotel situado a unos minutos a pie de la estación. Sin embargo, aunque habíamos salido de casa cuando las calles ni siquiera estaban puestas, decidimos que ya tendríamos tiempo de descansar más tarde y salimos a disfrutar de nuestras primeras horas en Oslo. 
 
Un agradable paseo desde el centro hasta el puerto bastó para darnos cuenta de que el frío iba a acompañarnos durante todo nuestro viaje y que el otoño en la ciudad noruega nada tiene que ver con las agradables temperaturas de esa época en Valencia. Así, después de haber estirado un poco las piernas —que estaban ya entumecidas por haber pasado tantas horas seguidas sentados en el tren y el avión— mi amiga María nos propuso asistir a un espectáculo de ballet en la ópera de Oslo. Había conseguido las entradas por unas cinco coronas cada una, así que era imposible rechazar tal proposición. No solo la función valió la pena, sino también tener la oportunidad de recorrer el interior del Operahuset por tal módico precio.
 
 
 






Dresde, Alemania

Alemania siempre había sido mi destino pendiente desde que comencé a estudiar alemán hace dos años. Por eso, cuando viajé a la República Checa y vi lo bien comunicada en autocar que está la ciudad de Praga con varias ciudades alemanas, no dudé ni un momento en pasar, aunque fuese un día de turismo, en el país teutón. La ciudad escogida fue Dresde, la impresionante capital de Sajonia. 


Nuestra ruta comenzó desde la estación de trenes cercana a la zona más comercial de Dresde. Así que aprovechamos para ir a la oficina de turismo de la estación y hacernos con un mapa de la ciudad para llegar al centro histórico. Ya desde allí, nos acompañó durante todo el día un cielo totalmente despejado de lo más primaveral aunque, eso sí, totalmente inesperado —¡Y yo que me había ido con varias capas de ropa cual cebolla!—. Apenas tardamos unos veinte minutos en llegar al centro histórico dando un agradable paseo, por lo que no es necesario coger ningún tipo de transporte público desde la estación.

Dresde es una ciudad que fue prácticamente destruida durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, bien podría creerse que los edificios del casco antiguo llevan ahí cientos de años, pues la labor de reconstrucción ha sido muy acertada. En la plaza Neumarkt y en sus alrededores, hay que destacar la Frauenkirche (iglesia de Nuestra Señora), que se encuentra en la misma plaza, y el mosaico de porcelana del Desfile de los príncipes.










Hasta que se acercó la hora de comer, seguimos descubriendo el centro histórico. Sin desplazarnos demasiado, pudimos ver un gran número de atracciones turísticas que se concentran a pocos metros de distancia, como la catedral de la Santísima Trinidad, la Escuela Superior de Bellas Artes, el palacio de Zwinger y el edificio de la ópera. En nuestro caso, solamente visitamos el interior de la catedral, aunque sí paseamos por los jardines del palacio de Zwinger, cuyo interior quedó pendiente para otra ocasión.










Sin saber muy bien dónde comer, decidimos buscar algún restaurante en la parte nueva, al otro lado del río. La suerte quiso que diéramos con Der Löwe (Hauptstraße 48, 01097 Dresden), un restaurante con típica comida alemana situado en la misma calle principal. El dueño del restaurante nos trató muy bien y la comida estaba bastante buena —aunque Sergio supo pedir mejor que yo, todo sea dicho—. 



Nuestro interés principal en Dresde fue visitar el casco antiguo, pero no queríamos irnos sin visitar algo de la parte nueva, así que después de comer, callejeamos un poco por los alrededores de la calle principal para llegar de nuevo hasta la estatua ecuestre de Federico Augusto I el Fuerte. No sé si fue solo cosa mía o quizás el cielo sin nubes tuvo algo que ver, pero me llamó la atención el brillo de la reluciente estatua dorada.

Poco a poco comenzó a caer la tarde, así que emprendimos nuestro camino hacia la estación de autobuses para coger el autocar que nos llevaría de vuelta a Praga, no sin antes acercarnos a las orillas del Elba a tomar algunas fotografías de la ciudad junto al río.







Karlovy Vary, República Checa

Karlovy Vary es la joya de la República Checa —con el permiso de Praga, claro— y es que es una ciudad que poco tiene que ver con el resto de ciudades checas que visitamos. Sus edificios victorianos le dan un aire distinguido y no exageraría si dijese que podría ser el escenario de varias novelas de Jane Austen, pues me recordó muchísimo a Bath, en Inglaterra.

Unos días antes de viajar a Praga, compramos por Internet los billetes de autocar de las excursiones de Karlovy Vary y Dresde. Así que el día de nuestra excusión a Karlovy Vary, no tuvimos que perder tiempo en las taquillas de la estación de autobuses. Al llegar a la estación, cual fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos con un autocar nuevo y con un servicio excelente: televisión individual, cascos, prensa y carrito de bebidas, todo cortesía de la casa. Por todas las comodidades que ofrecía, más parecía un pequeño avión que un autocar destinado a hacer un trayecto de poco más de una hora. Además, si a ello añadimos que pagamos unos 6€ por nuestro viaje de ida y vuelta, entenderéis nuestra sorpresa.


El nombre de la ciudad significa en español Baños de Carlos y es que, como bien su nombre indica, Karlovy Vary es conocida por sus fuentes termales beneficiosas para la salud —sí, otra similitud que tiene con Bath—. No es una ciudad muy grande, por lo que se puede recorrer fácilmente en un día. En nuestro caso, habíamos planeado pasar cuatro horas en Karlovy Vary, pero creo que si las aprovechas bien, son suficientes; pues nos dio tiempo a visitar el centro histórico (con entrada a algunos edificios incluida) y subir a uno de los miradores.

Lo primero que hicimos nada más llegar fue pasar por la oficina de turismo, ya que apenas habíamos preparado nuestra ruta por la ciudad y solamente teníamos en mente dos o tres sitios a los que ir. Al final, resultó que la ruta que nos recomendaron hacer fue de lo más completa y abarcó desde los típicos monumentos que hay en muchas otras ciudades de la zona, como la Columna de la Peste y algunas iglesias, hasta otros lugares característicos de Karlovy Vary, como el pabellón de las fuentes termales.

Columna de la Peste, dedicada a la Santísima Trinidad

Conjunto de casas victorianas

Grandhotel Pupp


Como ya he dicho, si hay algo que caracteriza a Karlovy Vary son las aguas termales. Hay un balneario donde poder disfrutar de ellas toda la jornada, aunque por lo que son famosas es por sus propiedades curativas al ingerirla. Hay varias fuentes naturales en varios puntos de la ciudad y en las que el agua sale de manera natural a diferente temperatura y presión. No podíamos irnos de Karlovy Vary sin al menos probarla, así que compré una jarrita de porcelana (aprovechando que este material es típico de la zona) y la llené en una de las fuentes. Por la cantidad de minerales que contiene, el agua que brota de las fuentes tiene un sabor fuerte, que a mí me recordó a una mezcla entre sodio y hierro. Además, no suele ser agua fresca, sino más bien todo lo contrario, por lo que todavía se acentúa más el sabor. Eso sí, hay que probarla.

Fuente termal



Después de haber visitado todo el centro turístico por las orillas del río, empezamos a callejear ayudados por el mapa para subir a un mirador cercano al hotel Popp. Debido a mi baja forma física, fue toda una aventura subir hasta allí, pero finalmente lo conseguimos y pudimos disfrutar de una de las mejores panorámicas de la ciudad antes de coger el autocar de regreso a Praga.






Kutná Hora, República Checa

La República Checa tiene muchas más ciudades que valen la pena visitar además de Praga, así que durante nuestro viaje por este país, optamos por viajar a otras dos ciudades checas y una alemana. Moverse por el país no es difícil y, me atrevería a decir que sus ciudades más importantes están bien conectadas. Además, hay que aprovechar los precios tan asequibles que se pueden encontrar en los billetes de tren y autobús, a lo que hay que sumar el favorable cambio de divisa.

Cuando estábamos planeando el viaje, barajamos la posibilidad de ir a Český Krumlov, Kutná Hora y Karlovy Vary. Pero, finalmente, solamente tuvimos tiempo para visitar dos ciudades checas además de Praga: Karlovy Vary y Kutná Hora. Y, como habréis deducido a partir del título, es precisamente esta última a la que va dedicada la entrada de hoy.

Nuestra visita a Kutná Hora fue prácticamente fugaz, pues tan solo estuvimos dos horas. Cogimos un tren desde la estación central de Praga y en aproximadamente una hora llegamos a la ciudad conocida por sus minas de plata. De hecho, hay varias minas en la ciudad y en sus alrededores que se pueden visitar mediante excursiones organizadas, pero como disponíamos de tan poco tiempo, preferimos quedarnos en el barrio de Sedlec y en el centro histórico.

La estación de tren de Kutná Hora se encuentra a las afueras de la ciudad. Sin embargo, como no es una ciudad grande, se puede ir de la estación al centro caminando en algo más de media hora. Esta opción fue la que escogimos nosotros ya que, de camino, aprovechamos para visitar el barrio de Sedlec.

Sedlec es un barrio de lo más peculiar, porque está prácticamente deshabitado (no nos encontramos con muchas casas ni edificios en el tiempo que estuvimos por allí), pero gracias a su conocido osario es de visita obligada en Kutná Hora. Se encuentra en la iglesia del Cementerio de Todos los Santos, aunque es la pequeña capilla del osario la que atrae más turistas. La "decoración" del osario está formada por más de 40.000 esqueletos humanos.  Reconozco que fue una visita un tanto escalofriante y quizás más bien propia de un personaje sacado de una novela del romanticismo, pero fue de lo más singular.




Junto con la entrada del osario, sacamos también la entrada para visitar La Asunción de Nuestra Señora, una iglesia que se encuentra a tan solo unos minutos a pie al lado opuesto del camino que lleva al osario desde la estación. De hecho, la divisaréis enseguida por sus dimensiones, que todavía llaman más la atención por estar situada en medio de la nada. A nosotros nos quedó pendiente subir al pasadizo de vigas de madera, pero aún así, valió la pena visitarla.




Después de visitar el osario y la iglesia, solamente disponíamos de poco más de una hora para que saliese el tren de regreso a Praga. Decidimos ir andando hasta el centro ya que, aunque hay autobús de línea, no sabíamos dónde cogerlo ni con qué frecuencia pasaba. Pensábamos disfrutar del paisaje y ver un poco más de la ciudad, pero lo cierto es que no fue una decisión muy acertada: tardamos más de media hora en llegar al centro caminando a paso ligero y, para colmo, las calles y avenidas que unen el barrio de Sedlec con el centro de Kutná Hora no tienen ningún encanto especial. Cuando llegamos al centro, solamente disponíamos de treinta minutos minutos para visitarlo; así que, en esta visita exprés, optamos por recorrer algunas calles que llevan desde la plaza Mayor hasta la iglesia de Santa Bárbara, de estilo gótico tardío.

 





Paseo nocturno. Praga (parte 4) - República Checa

Si hay algo que uno no puede perderse para disfrutar de Praga al máximo es pasear por sus calles al anochecer. Particularmente, nosotros no solemos salir mucho por la noche cuando viajamos: solemos madrugar para hacer turismo, por lo que acabamos agotados. Sin embargo, siempre se puede aprovechar la hora de la cena para buscar un restaurante y dar un paseo y es que, hay algunos lugares de la capital checa que son, a mi parecer, de visita oblogatoria cuando el sol se pone.

 
Comenzaré con la plaza Wenceslao. Como nuestro hotel estaba situado en esta plaza, tuvimos la oportunidad de transitarla a diferentes horas del día. Sin embargo, yo recomiendo visitar la plaza Wenceslao al atardecer, cuando el sol se está poniendo y todavía hay luz natural. De esta forma, se pueden contemplar todos los edificios, los tanvías y el imponente edificio del museo Nacional.





La plaza de la Ciudad Vieja es, sin duda, uno de los imprescindibles; no solamente por albergar el famos reloj Astronómico al que ya me he referido en otras entradas, sino por el ambiente en general que se respira en este lugar. Además, como nosotros fuimos en abril, coincidió que todavía estaba el mercadillo de Pascua, así que el lugar todavía tenía mucho más ambiente. El último día compré varios huevos de Pascua decorados artesanalmente, típicos de esta zona de Europa.

Desde la orilla del río Moldava accesible a la plaza de la Ciudad Vieja, se pueden tener unas vistas del puente de Carlos y el castillo de Praga increíbles. Para ser honesta, yo diría que es necesario pasear por esta zona en dos momentos del día diferentes, tanto durante el día para ver el paisaje colorido que dan los edificios de la ciudad, como al atardecer o por la noche para tener una vista panorámica del castillo y el puente iluminado.


Y, finalmente, pero no menos importante, incluiría en este paseo el edificio Fred and Ginger, que ha sido bautizado popularmente como la Casa Danzante y al que se puede llegar bordeando el Moldava desde el puente Carlos en direccion opuesta al castillo.