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Wiesbaden, la capital de Hesse



Ha pasado ya mucho tiempo desde que pisé Alemania por última vez, pero el otro día me sorprendí a mí misma viendo algunas de las fotografías que había hecho en el país teutón. Entre fotografía y fotografía, y para mi sorpresa, me di cuenta de que todavía me quedaban algunas ciudades sobre las que escribir en el blog. Por eso, en un intento de desconexión y como premio a haber conseguido realizar una de mis últimas entregas del máster, he decidido compartir algunas de mis impresiones de Wiesbaden, una ciudad que visitamos el mismo día que fuimos a Maguncia.

Llegamos a la estación central de Wiesbaden algo más tarde de lo que nos habría gustado, pero decidimos no amargarnos demasiado y descubrir todo lo que pudiéramos de la ciudad hasta que se pusiera el sol. Nos encaminamos hacia el centro por la Friedrich-Ebert-Allee, una avenida de grandes parques en la que únicamente nos cruzamos con un par de personas. Todo parecía que, al igual que había ocurrido en Maguncia, deambularíamos por la ciudad prácticamente solos.

Wiesbaden es una pequeña ciudad de edificios señoriales y amplias zonas verdes. Al menos, eso pude comprobar cuando llegamos a una de las arterias principales. Por el camino, visitamos los edificios del museo y de la Literhaus, aunque, como era de esperar, estaban cerrados al público en ese momento.





En poco más de veinte minutos, llegamos a la zona de la Dern’sche Gelände, desde donde pudimos divisar la iglesia evangelista. En sus alrededores, habían montado una especie de festival, en el que parejas y grupos de amigos disfrutaban de tiempo de ocio al aire libre. Algo similar ocurrió cuando, tras pasear por la plaza del Castillo, llegamos al parque Warmer Damm, a los pies del teatro estatal, en el que había un mercado de comida propia de la estación otoñal. Siempre me han maravillado este tipo de mercados alemanes, en el que lejos de resultar caóticos, las personas disfrutan tranquilamente de un plato de comida en las típicas mesas de madera. No sé muy bien si este mercado tiene lugar cada domingo o si, por el contrario, era una cosa puntual, pero lo cierto es que me llamó la atención la enorme pirámide de brillantes calabazas que decoraban la zona del merendero, creando un ambiente de lo más otoñal.






A pesar de ser la capital del estado de Hesse, solamente con echar un vistazo al mapa de la ciudad, uno puede hacerse la idea de que el centro de Wiesbaden no es especialmente grande. Por eso, tras unos pocos minutos andando, llegamos al Kurhaus, un enorme y lujoso complejo que alberga distintas salas en su interior, que van desde un casino a un balneario.

Tras sacar unas fotografías del edificio y de los enormes jardines, así como del estanque que se encuentra a espaldas del edificio, decidimos regresar hacia la estación; si bien, por un camino alternativo al que habíamos venido, para seguir disfrutando un poco más de la ciudad. Así, pudimos pasear por la calle An den Quellen, que a mi parecer tiene un nombre de lo más original; el conocido hotel Palast; la plaza Kochbrunnen, con su fuente termal y su simpático hombrecillo de la reunificación alemana; la antigua puerta romana de la ciudad y el ayuntamiento.

Una vez en la estación, como Sergio se había informado muy bien de los tipos de billete de transporte público, sacamos el Hessenticket, un billete semanal que permite viajar en tren y en metro y que se puede compartir hasta con un máximo de cinco personas durante los fines de semana. 






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